
“Carretera Quichirragra, caminito a Huacaybamba. Cinta larga e infinita desde el puente de Copuma, cuantas veces he llorado dejando a mi linda tierra”, dicen las letras de un huayno de Rubén Cavello, verso que los huacaybambinos lo cantan a todo pulmón, principalmente aquellos que están fuera de su tierra. Lo cierto es que para llegar a Huacaybamba, uno tiene que surcar por una carretera que serpentea entre las montañas andinas de varias regiones y luego para adentrarse en la región Huánuco. Para viajar por esta zona no basta con encomendarse al Dios cristiano, sino también a los ‘apus’ de la zona y demás dioses existentes para que nos cuiden en el trayecto, ya que por descuido del Estado, la principal vía de comunicación de esta provincia es peligrosa, al igual que los otros accesos.
Huacaybamba es una hermosa provincia andina, dibujada en sus límites por el imponente y torrentoso río Marañón, que nace en las entrañas de la región Huánuco y se marcha presuroso por la selva amazónica. Dicen que una de las explicaciones sobre el nombre de Huacaybamba, es que proviene del vocablo quechua «waqay» que significa lloro, lamento y, «bamba» que significa planicie, pampa, por lo que sería una planicie donde se llora. En el regazo andino, si uno no llora con los ojos, llorará con el alma, sea por la razón que fuese.
Mientras el cielo nos regala un hermoso cuadro de azul inmaculado, pintado sobre la tarde de Huacaybamba, se me viene a la mente el popular dicho «no creas nunca en cielo serrano, lágrimas de mujer o cojera de perro». Efectivamente se cumple el adagio, ya que de pronto sobre el precioso tejado de las casas, el cielo derrama sus cántaros y moja toda la tierra. Cuando llega el frío de la noche, el pan recién salido del horno y un mate de muña ayudan a combatirlo. Aquí las noches de tertulia y filosofía se acompañan con buena hoja de coca y shacta por montón. Por estar cerca a la región Ancash, se nota la influencia de su música y algunas costumbres. No se le digo a nadie, pero solamente yo sé que me encanta el chimaychi y en algún momento he de llegar a Pomabamba.
Como no me ven como un ‘mishti’ la gente me agarra confianza y emocionados me cuentan que Huacaybamba es la tierra de Hans Christian Malpartida Esparza, conocido como “Miguelito”, un pequeño gigante de la comedia chilena y famoso por ser parte del programa “Morandé y compañía”. Mientras los escucho, recuerdo que la talentosísima cantante Dolly Príncipe, es también de estos lares. “Mañana espero aquí, si el encanto no se fue, mi vida para entregarte y todo cuanto pude ser. Mañana espero que aquí no habrá frío, no habrá sed. Tendremos agüita de lluvia y el calor del corazón”, rezan las nostálgicas letras de una de las canciones de esta hermosa compositora.
Otro huacaybambino de oro proviene del centro poblado de Quichirragra. Se llama Eduvigis Beltrán Salinas, “Edú” para sus amigos. En Huánuco capital, seguramente casi nadie lo conoce, pero en su pequeño terruño, todos saben de él y lo admiran. Edú Beltrán, salió de su tierra al son de los huaynos, añorando éxito en la capital de la patria, y vaya que entre constancia y empeño, lo ha logrado. Comenzó como ambulante entre el bullicio de las calles limeñas, pero pronto pasó a ser un emprendedor formal y ahora es dueño de la empresa Beltrán, una compañía en el rubro de conservas de pescados, aceites y otros productos de primera necesidad. Comentan que para las festividades de «mamá meche» (Virgen de Las Mercedes), Edú Beltrán regresa con su familia para zapatear hasta levantar polvo, tanto es el zapateo, que hasta la tierra queda hueco.
Los huacaybambinos a pesar de vivir lejos de la capital de la región, quieren en demasía a la ciudad de Huánuco, pero Huánuco es ingrato y los tiene en abandono. Nuestros políticos del gobierno regional solo se preocupan de llenar sus erarios familiares y poco o nada les interesa el desarrollo de nuestras provincias. Así como Huacaybamba, hay otras provincias que son tratados como los entenados. El centralismo de Lima, también lo practica Huánuco con sus provincias.
Pero en Huacaybamba también se goza y se disfruta. En la fiesta en honor a su “mamá ashu”, nombre de cariño a la Virgen de la Asunción, los hijos e hijas de esta comarca regresan a su amado terruño para armar la pachanga. Hasta yo que no sé bailar huayno (ni otro género), me animo a mover el esqueleto después de estar un poco «waska» (mareado). Por esos días todos se olvidan sus problemas y disfrutan al son de las numerosas bandas de músicos, quienes son conocidos por los ancianos como los ‘tocachines’. Viajando se conoce, se vive, se disfruta. De cada pueblo uno recoge un poquito de cariño, y a pesar de los pesares, «kushikur wararishun» (despertemos alegres).
Cuando se enteran que debo regresar a Huánuco, me cargan de wawas (panes de la fiesta), una canasta de chicharrones y un costal de recuerdos. Me despido con cierta nostalgia, ya que a pesar de haber estado pocos días, siento que estuve más tiempo al lado de los nobles y leales huacaybambinos. El carro que nos trae de regreso pone a todo volumen las canciones de la ‘pastorita huaracina’, las chicas que nos acompañan entonan el coro de una de las canciones que más o menos dice: “Anda vete cholo, ya no te quiero más. Anda vete sucio, ya no te quiero más. Hasta que te bañes, ya no te vuelvo a querer”.


Yoel Ventura
Gordito memero y escritor con inteligencia artesanal. Soy investigador en historia y laboro en Derechos Humanos y Derecho Internacional Público. En un mundo de grises, sigo creyendo que el amor es azul.💙