
Ella se encuentra en la primera fila de las mujeres que me han querido y yo podría presumir —sin caer en la ostentación— que no fueron pocas; lamentablemente, como siempre, también le cerré las puertas de mi corazón y en el tiempo que pasamos juntos, me encargué de regalarle solo migajas de mi cariño, esperando que con eso le alcanzara a saciar sus ansias de mí.
Que yo recuerde —aunque ella tenga otra versión de la historia— la conocí en Huallanca – Ancash, en el año 2006, cuando acudimos a tocar con La Banda del colegio Aurelio Cárdenas, para las festividades por el día de Santa Rosa de Lima. En medio de tantas adolescentes del lugar, me descuidé un rato y ya estaba sujetado por una niña que me miraba con sus grandes ojos verdes, totalmente desproporcionados con el tamaño de su rostro; yo me encontraba incómodo porque nunca me gustó la cercanía y hasta el día de hoy sufro de una leve claustrofobia que me impide estar en contacto con demasiadas personas. Le pregunté si quería estar conmigo y aceptó enseguida; eran mis comienzos en el amor y estaba contrariado porque para eso yo ya conocía a la pecosa —mi primera chica— y, aunque ella siempre había jugado conmigo, yo sentía que mi corazón le pertenecía.
Culminada la secundaria, nos volvimos a ver después de dos años en la ciudad de Lima; para ese tiempo yo viajaba frecuentemente con las bandas y ella se encargaba de asistir a los lugares donde me encontraba tocando. No era alguien físicamente atractiva ni contaba con grandes dotes intelectuales, menos una persona locuaz o relativamente interesante, pero no podíamos negar que tenía un gran corazón y era tan sencilla y generosa hasta el aburrimiento. Fui su primer enamoradito a los quince, su primer hombre en la juventud y el último que amaría en su vida —según su pronóstico—; yo no estaba tan de acuerdo con ello porque no pienso a largo plazo, «para mí el futuro es una sucesión de presentes infinitos», le decía, «lo que sucederá mañana, ya Dios nos lo hará conocer más adelante». Algunos años después de nuestro alejamiento supe que no había estado con alguien más y que, de entre sus pretendientes, yo seguía destacando como una opción a la que se negaba a renunciar; su mamá la había criado con esa vieja tradición de que si amas a un hombre, éste sería para toda la vida y la separación era mal vista ante los ojos del Creador. ¡Vaya idea!
A los 21 años tuvo su primera gran derrota en aquella tormentosa relación; el nacimiento de Leticia, mi hija, terminaba por ponerle fin a toda esperanza de que algún día estaríamos juntos; lloró y se aisló de la gente, pero una mujer nunca se rinde y pronto acudió a terapia y salió del cuadro depresivo en que se encontraba. Dos años después supo del nacimiento de Alessio, mi segundo hijo y con ello me enterró para siempre en las cavernas más profundas de su memoria, pero ya estaba curada del dolor, aunque aún llevaba consigo toda la rabia y frustración que en algún momento pensaba escupírmelo en la cara y, así fue; meses después nos vimos en Huallanca y por primera vez en casi diez años, noté el odio en su mirada y el rostro fiero de un asesino en sus gestos; nos entrevistamos en un café del lugar, donde pasé casi las dos horas cabizbajo, asintiendo y dándole la razón en que no existiría alguien más desgraciado que yo en todo el universo; terminó la cita y se despidió golpeando la mesa, cuando ya se alejaba regresó por algo que había olvidado y puso un beso en mi boca como diciendo: «Te odio con todo el amor de mi vida»; pasamos esa noche juntos, evitando hacer promesas que no cumpliría, pero resaltando que quizá al final, después de todo lo andado, ambos terminaríamos casándonos y disfrutando una vida de ensueños. Días después, regresó a Lima —lugar donde residía— y desde allí, se estaba enterando de que yo no había perdido el tiempo y ya andaba de novio con otra chica en Huánuco; esta vez, el dolor no se hizo presente en su corazón, solo percibió una leve comezón en el pecho que confundió con la resignación de la causa perdida.
Ella fue mi Beatriz, la joven que acompañó a Dante por el paraíso, la mujer que más tiempo me ha soportado, la única persona que nunca me dejó de querer desde el principio y que, por algún motivo, yo no pude corresponder; te quiero como un gatito quiere a su amo, le decía; no puedes exigir que te dé algo del cual mi instinto carece; te extraño como un parajito extraña a su nido, cuando cambia de rumbo en cada estación y su frágil memoria contempla la esperanza de volver a su hogar, le recitaba.
En el breve tiempo que me comprometí a quererla nunca le pedí explicaciones, ni exigí su tiempo, fidelidad ni compromiso; jamás una escena de celos, ni algún reclamo por esas causas que las relaciones conllevan, nada; siempre he deseado que se encontrara con alguien que valga la pena; mis ingratitudes, en ocasiones, me dolían más a mí; no la pude querer como habría querido y eso nos lastimaba, pero era inevitable; el corazón no discierne, solo elige y ella sabía que era yo, mientras yo nunca pude saber si era ella. La última vez que la vi, sacó a relucir todos mis defectos, aquellos que creí superados; nunca más contigo, me dijo; por un instante le creí, pero poco antes de escribir estas líneas, ella había amanecido nuevamente conmigo.


Alex León
Profesor de Música y Artes, trompetista profesional, políticamente de Centro Izquierda, seguidor y amante de la literatura borgiana y mediano escribidor.