La belleza del caos: redefiniendo la feminidad

Yesenia SampayoHace 7 meses2213 min

Ser mujer es una experiencia fascinante y compleja, llena de belleza y caos. Aunque pueda parecer un cliché, la verdad es que esta dualidad refleja la realidad de nuestras vidas, donde cada desafío y cada triunfo se entrelazan para formar una historia única y poderosa. Cuando era niña, constantemente me quejaba porque no encajaba mucho en lo que significa ser femenina. Siempre era «diferente», contrariando el dicho de que «las mujeres calladitas se ven más bonitas». Siempre estaba dando mi opinión e inmersa en espacios que eran convencionalmente dados a los hombres.

Por tal motivo, me encontré repetidamente inmersa en comentarios de otros y otras que decían: «qué pesar, ella va a quedarse sola», «¿quién la va a querer así?» O incluso, «por eso no se ha casado, nadie se la aguanta». Estos comentarios machistas y sin sentido socavan nuestra identidad y autoestima, ya que, ¿quién no anhela ser amado? Y más aún, ¿quién no anhela ser amado por lo que realmente es? O ¿acaso el amor solo se puede dar para cierto tipo de personas o personalidades? Estos discursos son doblemente machistas y discriminatorios, porque, ¿quién dijo que ser mujer u hombre implica cumplir roles específicos? Es importante entender que muchos de estos roles están predeterminados por una construcción social y cultural, que puede romperse.

Hoy, siendo un lunes cualquiera, y con todas las emociones encontradas de este día, estoy en un cuarto de hotel en medio de un colapso mental y emocional, ya que en medio de mi reflexión de ser mujer y de la pregunta sobre lo que significa el amor, me doy cuenta que mucho de mi historia está impregnado por salpicaduras de violencia disfrazada de amor. Eso es así, ya que mi personalidad, como indiqué anteriormente, no es la convencionalmente «correcta» a la hora de ser mujer. Normalmente tiendo a ser una persona que no se calla lo que piensa y siente; tiendo a ser sarcástica, confiada y decidida, y adicionalmente soy el tipo de mujer que nunca me iré en silencio ante una relación que sea injusta o abusiva. Sin embargo, también soy una mujer altamente sensible, y esto es algo que he venido explorando de mi persona hace unos pocos años atrás; esta combinación de cosas me hace una mujer aparentemente peligrosa para aquellos que están cómodos con las cosas tal y como son.

Reflexionando un poco sobre mis últimas relaciones amatorias, me he encontrado con aquella sutil violencia que socava mi autoestima e identidad, frente al hecho de que siempre me falta algo para ser amada. En Colombia decimos que ‘siempre me falta el centavo pal peso’, cuando nos están haciendo ver que no somos suficientes o que nos falta algo para merecer amor. Esto me lleva a preguntarme nuevamente ¿es que no podemos ser amadas simplemente porque somos sujetos dignos de amor? ¿Hasta cuando tendremos miedo de ser nosotras mismas para no incomodar o hacer enojar a quienes amamos y deberían amarnos?

Hablando con una amiga al respecto, ella me decía que el ideal femenino radica en el hecho, y en esa mentira tan interiorizada de que «calladitas nos vemos más bonitas», sí, más bonitas porque no incomodamos, porque no hacemos preguntas que incomodan, porque no interpelamos; eso es más cómodo para aquel que está en el poder. Y, claramente, esto sigue alimentando la estructura de poder patriarcal y machista que sigue arrinconando a la mujer a seguir siendo la sombra del hombre, aquella que responde a todo con una sonrisa para que el hombre no se enoje y la abandone. Cuando las mujeres reclamamos en las relaciones amorosas algo que es violento, nos tildan de celosas, locas, traumadas o renegonas; sin embargo, cuando los hombres lo hacen, ellos están en todo su derecho de hacerlo, y en ambos casos la culpable siempre es la mujer.

Las mujeres nos enfrentamos a la contradicción de no rebajarnos, es decir, no aceptar menos de lo que merecemos para ser amadas, mientras lidiamos con el profundo anhelo de ser amadas. Esto genera en muchas, especialmente en aquellas que se niegan a renunciar a su inteligencia y ambición académica y laboral, una herida profunda que nos rompe desde lo más profundo. ¿Debemos callar para no ser abandonadas, o aceptar la dolorosa idea de que no seremos amadas tal como somos?

Otra amiga muy brillante me decía, frente a esa duda, que las mujeres brillantes siempre vamos a expresar cuando algo nos incomoda. Por tal motivo, no debemos dejar de hacerlo, ya que señalar lo que está mal, sea en una relación o en cualquier otro ámbito, solo incomoda a quienes se benefician del silencio. Sin embargo, hoy, con una mezcla de nostalgia y el sabor amargo de pensar que quizás las cosas nunca cambiarán, reflexiono sobre cómo estas narrativas han permeado mi vida y la vida de tantas mujeres brillantes en Latinoamérica, arrinconándonos a tener que elegir entre ser amadas o ser brillantes. En la concepción machista de la sociedad latinoamericana, parece que ambas condiciones no encajan.

Nos cuesta aceptar que las mujeres tenemos diversas personalidades; algunas somos fuertes, apasionadas, sensibles y expresivas, y eso no nos hace ni más ni menos que aquellas que son convencionalmente «femeninas». Constantemente escucho a mis amigos decir que anhelan una mujer que les traiga paz, tranquilidad y ternura; sin embargo, deberían replantearse lo que significan esas palabras sin los sesgos machistas que siempre se les han impuesto. Quizás lo que realmente están pidiendo es una mujer que se calle ante sus actitudes egoístas y sin empatía. Me atrevería a decir que esto proviene de su propia historia familiar, donde sus madres tuvieron que callar para no ser rechazadas.

Las mujeres que nos atrevemos a señalar que algo está mal o a expresar nuestra inconformidad somos frecuentemente etiquetadas como conflictivas, difíciles, renegonas o complicadas. Sin embargo, desde mi propia experiencia, puedo afirmar que somos las personas que más anhelamos la paz y la tranquilidad, y que nuestra ternura no anula nuestra firmeza, sino que ambas coexisten.

Para finalizar, es importante aclarar que no todos los hombres son así. Conozco de primera mano a hombres y esposos de amigas que son un ejemplo en cuanto a romper estas estructuras machistas en el amor. Estos hombres consideran a las mujeres como sus iguales y han trabajado tanto en su masculinidad que esta no se tambalea fácilmente ante una mujer inteligente, exitosa y fuerte que se atreve a decir lo que piensa y a confrontar la violencia de la que somos objeto constantemente, incluso cuando ellos mismos, quizá sin darse cuenta, son los que están siendo violentos. Al final de todo esto, surge una pregunta crucial: ¿las mujeres debemos elegir entre ser amadas o ser brillantes?

Yesenia Sampayo

Abogada penalista y especialista en Derecho Penal Humanitario. Teóloga de vocación, docente de Ética y Derechos Humanos en Medellín, Colombia. Justicia, humanidad y reflexión en cada palabra.