Hoy el mundo se llena de una gran expectativa, frente a uno de los rituales más antiguos del mundo, pero que tiene grandes implicaciones políticas, económicas y de fe en el mundo. El cónclave es una práctica histórica de la Iglesia que se da desde 1268, y que se formalizó en el Segundo Concilio de Lyon en 1274; este consiste en cómo los cardenales solían permanecer encerrados hasta la elección de un nuevo papa. El término cónclave proviene del latín “cum clave”, que significa “con llave”, haciendo un guiño al hecho de que los cardenales eran aislados para evitar interferencias externas. La primera vez que se utilizó el humo blanco para anunciar la elección de un papa fue en 1914, tras la elección de Benedicto XV.
Benedicto IX, una de las figuras más controvertidas de la historia papal, fue protagonista de importantes reformas en los rituales para elegir al papa. Proveniente de una familia poderosa de la Roma medieval, llegó al papado alrededor del año 1032, siendo aún adolescente. Su pontificado estuvo marcado por numerosos actos de corrupción, incluyendo diversos relatos históricos y el documental Habemus Papam: una historia de poder. Las élites romanas influían decisivamente en la elección de los papas, y el caso de Benedicto IX representó uno de los episodios más escandalosos de esta etapa.
La inestabilidad y el desprestigio causados por su gobierno evidenciaron la necesidad de una reforma profunda en el sistema de elección papal. Como consecuencia, la iglesia decidió establecer un proceso más estructurado y confiable: el cónclave. A partir de entonces, los cardenales deberían reunirse en un espacio cerrado, protegido de influencias externas, para asegurar la legitimidad de la elección y evitar otro mandato tan turbio como el de Benedicto IX. Esta decisión marcó un punto de inflexión en la historia eclesiástica al buscar mayor transparencia y orden en uno de los momentos más cruciales del gobierno de la iglesia.
Sin embargo, ¿qué representa para el mundo en la actualidad esta práctica y la figura del papa a nivel político, social, teológico y económico? Es importante reconocer para esto que, especialmente en el contexto latinoamericano, la iglesia católica enfrenta una serie de desafíos clave que tienen que ver tanto con su propia renovación interna como con su capacidad de responder a los cambios sociales, políticos y culturales de la región. La iglesia debe responder también a la persistente desigualdad, la corrupción, la violencia estructural, la crisis migratoria y el deterioro ambiental, reivindicando su papel como defensora de los derechos humanos, los pueblos originarios y el cuidado de la creación. Además, se espera una mayor inclusión y valoración del papel de las mujeres dentro de la vida eclesial, así como una renovación pastoral que permita formas más cercanas y actuales de vivir la fe en contextos culturales diversos.
En el plano teológico, el nuevo pontífice deberá afrontar debates de gran complejidad. La necesidad de repensar ciertos enfoques doctrinales frente a nuevas realidades –como la diversidad familiar, las identidades de género y el papel de los laicos en la iglesia– exige un equilibrio delicado entre fidelidad a la tradición y apertura al discernimiento pastoral. Los cardenales determinaron que, para frenar la interferencia política en la elección, estos tendrían que reunirse en un recinto cerrado para garantizar la seguridad de las votaciones ante cualquier posible perturbación externa. También se espera una profundización del diálogo entre fe y ciencia, la reinterpretación de dogmas desde una mirada contextual y una mayor inclusión de las teologías latinoamericanas, como la teología de la liberación y las espiritualidades indígenas, dentro del pensamiento oficial de la iglesia. Este momento representa una oportunidad clave para revitalizar el mensaje cristiano y su relevancia en el mundo actual.
En este contexto de transformación, el nuevo papa está llamado no solo a ser un administrador de la institución, sino un verdadero pastor que guíe con humildad, denuedo y compasión. Jesús mismo ofreció un modelo de liderazgo profundamente contractual: cercano a los excluidos, firme frente a la hipocresía religiosa y siempre atento a los signos de los tiempos. No temió romper estructuras rígidas cuando estas oprimían al ser humano, y colocó al amor, la justicia y la verdad en el centro de su misión. Así, el gran desafío del próximo pontificado será encarnar ese estilo de liderazgo evangélico que no teme dialogar con el mundo, pero tampoco renuncia a su compromiso profético con los más vulnerables. Solo desde esa coherencia entre palabra y acción, la iglesia podrá renovar su rostro y recuperar credibilidad ante las nuevas generaciones.

Yesenia Sampayo
Abogada penalista y especialista en Derecho Penal Humanitario. Teóloga de vocación, docente de Ética y Derechos Humanos en Medellín, Colombia. Justicia, humanidad y reflexión en cada palabra.