Confesiones de un idiota

De aparentar un corazón de roca y una vestidura de hierro, de pronto me sentí al descubierto. Había sido también un humano de carne y hueso, cuyo corazón palpita de manera inexorable al vulnerable son del amor...
Yoel VenturaHace 2 años1210 min

Recuerdo que ella tenía todo planificado para hacer su internado en Bélgica, pero por azares de la vida, terminó en la apacible ciudad de León de Huánuco. Simpática y extrovertida, muy segura de sí misma. En honor a la verdad, al principio ninguno de los dos pensamos que llegaríamos a cruzar los linderos de la amistad para aventurarnos en los misteriosos caminos del amor. Yo era un incrédulo, me resistía a que me quisiesen, no es porque no lo merezca, sino porque sentía que al dejarme amar, me volvía más vulnerable, y no quería que el mundo me viese en esas fachas.

Ella, intrépida en las lides de amar, cada día ingresaba más a los fríos dominios de mi corazón, y yo a pesar de resistirme, dejaba el camino libre. Es que no hay barrera que pueda resistirse a ese divino gesto de amar y ser amado. Ser frío era mi estrategia, pero hasta el más congelado corazón, se doblega y con el pasar del tiempo es consumido inevitablemente por el fuego del amor.

Sin duda alguna, ella me dedicaba tiempo, atención, detalles, y estuvo conmigo en mis peores momentos. Cuando el dolor laceró la esencia de mi existencia, ahí estuvo para curar esas heridas, o simplemente para sentarse a llorar conmigo. Ella es de esos seres mágicos que pocas veces puede uno cruzarse en la vida. A veces los ángeles no tienen alas como en la ficción literaria, a veces visten como una humana mortal. Pero esas ángeles también se cansan, se cansan de darlo todo y no recibir nada a cambio.

Sacarle sonrisas en su bello rostro fue mi mayor acto, así como el hecho que de momentos se sienta segura y tranquila conmigo. Sin embargo, de héroe platónico pasé a ser el villano de corazones, lo que en mi tierra se conoce como “pishtaco de corazones”. Yo no retribuía con detalles ni muestras de cariño, todo lo que ella daba. Cualquiera pensaría y creería que yo no la amaba, hasta yo mismo pensé eso. Era una roca que recibía cariños.  

En nuestro nido de amor ella no se sintió querida, por lo que no le quedó otra cosa que agitar sus alas y enrumbarse en lento vuelo hacia otros confines, otros horizontes. Yo no hice nada para retener su vuelo y la dejé marchar. Inclusive estando ella en otras latitudes, esperaba a que yo fuese en su búsqueda, pero tampoco ahí lo hice. Sus esperanzas así como su querer hacia mí, comenzaron una agonía preclusiva.        

Pasado cierto tiempo asomé en los fríos terrenos de mi corazón y para sorpresa mía, el invierno había pasado y había una primavera de amor que florecía a destiempo. Todo lo que ella había sembrado, estaba ahí.  Entonces las canciones de amores truncos, cobraron sentido. Cada párrafo, cada verso, cada sonido lastimaba la sensibilidad de mi existencia, ya que había dejado marchar a la única jardinera que se había atrevido a sembrar entre el agreste y frío terreno de mi corazón azul.

Ahí estaba yo, temblando y con lágrimas que avisaban su llegada. Evitaba a toda costa que sucediese ese momento, pero era infructuoso, ya que no se puede detener las manillas del reloj, así como tampoco evitar el paso inevitable de los tiempos. De aparentar un corazón de roca y una vestidura de hierro, de pronto me sentí al descubierto. Había sido también un humano de carne y hueso, cuyo corazón palpita de manera inexorable al vulnerable son del amor.

Entonces entendí que había sido el más idiota de los humanos y que fui derrotado por mí mismo, por mi inacción y mi indiferencia para amar y ser amado. Me había hecho un autogol en el amor. Me merecía el dolor y ser confrontado por la culpa que venía en el caballo de Atila y abofeteaba cada noche mis recuerdos. Ella no regresaría a ver lo bonito que retoñó y floreció aquello que había sembrado con mucho cariño.

Pensé en arrancar esas flores del jardín de mi corazón, pero al ver su magia, decidí dejarla ahí y desde esa vez, cada día regreso un momento a mirar ese jardín y disfruto el aroma azul del perfume que emana. Entiendo que ese florecer tiene un ciclo y en otro tiempo ha de marchitar. Decidí ser el jardinero de mi propio corazón y cuando llegue el momento, junto a la mujer que se aventure conmigo, sembraremos esa magia, para que nuevamente vuelva a florecer el amor.   

A veces se quiere a destiempo, así como algunas golondrinas demoronas que llegan tarde. Así como algunas flores que abren su capullo después de primavera, así como las lluvias que llegan en el crepúsculo, así también a veces llega el amor rezagado, llega cuando ya todo ha pasado. Pero de todos modos vale la pena porque deja grandes lecciones y, uno aprende sobre el ‘amor fati’.

Yoel Ventura

Gordito memero y escritor con inteligencia artesanal. Soy investigador en historia y laboro en Derechos Humanos y Derecho Internacional Público. En un mundo de grises, sigo creyendo que el amor es azul.💙