Crónica del himno aureliano

Ahora que están más calmadas las cosas desde aquel ruidoso movimiento que no existió con respecto a la creación del himno aureliano, voy a contarles lo que sé de aquel proceso que inició con gran expectativa, pero que finalmente tuvo un desenlace tibio, al punto de casi pasar por desapercibido.
Alex LeónHace 1 año1214 min

Ahora que están más calmadas las cosas desde aquel ruidoso movimiento que no existió con respecto a la creación del himno aureliano, voy a contarles lo que sé de aquel proceso que inició con gran expectativa, pero que finalmente tuvo un desenlace tibio, al punto de casi pasar por desapercibido.

En abril del año 2023, un entusiasta profesor se dio a la tarea de abrir un proyecto que había sido discutido hace mucho años en una reunión de profesores en el C.N.E. Aurelio Cárdenas Pachas: la creación de un himno institucional; las dificultades de aquella época eran el dinero, la elaboración de las bases del proyecto y el pesimismo de alguno docentes para su realización; en esta ocasión el mencionado profesor me había encargado que redactara las bases, de gestionar el dinero para la premiación se encargaría él y del entusiasmo o pesimismo de los profesores que integran el plantel no había mucho que discutir.

Yo, como participante fracasado de los diversos concursos de himnos en los que estuve presente sin alcanzar el éxito, tenía como cinco bases que nos servirían de modelo para la elaboración del proyecto del himno aureliano; nos costó trabajo realizar el documento porque el director de la institución quería agregarle algunos caprichos folclóricos al tema, como un huaynito en medio del carácter marcial de una marcha militar, de repente alguna frasecita pintoresca del quechua conocido que se habla en La Unión o que la melodía y las letras vayan por separado, así habría un ganador de las letras y otro de la melodía; por más que intenté hacerles entender que no era buena idea, con lo último no pude y cedí.

De acuerdo al cronograma que se estableció en el proyecto, para el día en que se cerraba la recepción de trabajos con las letras del himno aureliano, no existía participante alguno, habiendo fracasado la directiva, la comisión y la institución en general. A fines del mes de mayo, aceptando el fracaso del concurso, me invitaron nuevamente a reunirme con la comisión y establecer una nueva base que no sea tan complicada, en esta ocasión rechacé la propuesta mencionando que yo también participaría del concurso —si se llegara a dar— y no sería ético que tenga algún tipo de vínculo con los miembros de la comisión o con algún directivo para tratar sobre el asunto. En unos días salió un nuevo comunicado en redes sociales con las bases del concurso y en efecto, esta vez yo participaría.

En el tiempo que duró la transcripción, me dediqué a recopilar las melodías de otros himnos que había creado para fracasar en el intento, fui agregando y quitando secciones, dándole vida a la obra; lo terminé en diez días y lo que más recuerdo de aquellos momentos es la hojita de coca al costado mío y el haber enfermado de neumonía tres días antes de culminar la obra. Lo presenté sin mucha expectativa, porque en algún momento llegué a la conclusión de que ser compositor no era lo mío y hasta hoy lo sigo creyendo un poco. Esta vez sí se habían presentado muchos trabajos para el concurso y yo había reconocido a un par de músicos importantes con un sobre manila bajo el brazo en las inmediaciones de la institución.

Los resultados del concurso llegaron dos días después de lo establecido en el cronograma. El entusiasta profesor lo presentó a la directiva y cuando éstos se enteraron del ganador, las muecas de rechazo y desagrado indisimulable invadieron sus poco agraciados rostros; no podía ser posible que ese menudo profesor, que tan antipático caía y mostraba dotes de una soberbia injustificada, sea el ganador del himno aureliano; si antes era presumido, ¿se imaginan ahora que —de alguna manera— pasará a la historia de la institución? Ese era el tema de conversación en aquella oficina; uno por ahí dijo que se anule el concurso y comencemos de cero sin que nadie lo sepa, el entusiasta profesor argumentaba que se había caminado mucho como para volver al principio, y ¿el dinero gastado hasta ahora? Otro opinaba que se le dé la mitad del reconocimiento por la música y de las letras nos encargamos nosotros y por ahí una voz, que fue la única que respaldó al detestado ganador dijo que la democracia y los concursos son así, pueden no gustarnos los resultados pero existe un Jurado que así lo determinó y nosotros como una institución seria debemos respetar los plazos y el orden establecido en el proyecto. La sala quedó en silencio, se había aceptado al ganador y había que invitarlo a la reunión para darle la noticia; en unos quince minutos llegué a la oficina y me recepcionaron con abrazos y palmas poco honestas que reconocí en seguida: había ganado el concurso del himno aureliano; me mostraron los resultados y revisé los nombres del Jurado: un antiguo cantor domaíno, un docente de la Universidad Daniel Alomía Robles y un tipo de quién nunca había escuchado hablar.

Era evidente que sin el respaldo de mi institución como ganador del concurso, tampoco conseguiría el respaldo afuera. Las críticas en redes sociales se llenaron de comentarios donde hablaron de negocios bajo la mesa y un contubernio entre el jurado y yo. Por otra parte, la institución daba lugar a dichos comentarios, porque nunca publicó el documento con los resultados, no presentó la obra en el momento oportuno sino muchos meses después y no se habló más del tema en las reuniones de profesores; fue como si nunca se hubiera dado el concurso. Pero fuera de las oficinas, en las conversaciones con vasos botellas, mi nombre se exponía al desagravio; cómo podía ser posible que ese personaje lograra ese reconocimiento, no es tan bueno como para quedar registrado en los archivos de la institución, por su culpa la población nos mira con recelo, ¿a quién carajos han premiado? Todo esto yo lo sabía por la señora que los atendía y era la madre de un estudiante de quinto que, extrañada me preguntó: ¿por qué lo odian tanto, profesor? Porque soy inteligente y guapo, le dije; la gente detesta la cultura y ataca al mensajero que trae nuevos aires a un lugar tan conservador como lo es La Unión; yo represento el cambio y todo cambio es doloroso para aquel que está conforme con lo que tiene y lo que sabe, culminé.

Finalmente el himno aureliano se presentó en un lunes de izamiento del mes de diciembre, sin mucha algarabía y hasta con apatía, pero yo confío en que las letras y la melodía de aquella obra, en algún momento se escucharán en toda la institución como sinónimo de fervor e identidad y cuando la canten todos, ya nadie se acordará de mí y yo estaré feliz de ser un don nadie otra vez.

Alex León

Profesor de Música y Artes, trompetista profesional, políticamente de Centro Izquierda, seguidor y amante de la literatura borgiana y mediano escribidor.