Cuando llega al alma, no se olvida

“La vida es tan distinta cuando cada paso es una despedida”, es una frase perteneciente al escritor argentino, Ernesto Sábato, en su sublime mensaje esconde una profunda verdad de lo que significa la convivencia diaria de la humanidad.
Manuel TuctoHace 2 años611 min

«La vida es tan distinta cuando cada paso es una despedida» – Ernesto Sábato

Desde mis inicios, los libros resultaron indispensables, a lo largo del tiempo me sumergí en sus profundidades, he recorrido ciudades y pueblitos mágicos, mundos distintos, línea tras línea fui recorriendo sus vías, como si se tratasen de autopistas transoceánicos. Recorrí desde sombríos senderos, hasta reconfortantes bahías de turquesa felicidad. La lectura resulta una aventura cargada de regocijo y emociones distintas que no puedes parar hasta llegar al orgasmo en la última página.

Sin embargo, escribir es algo diferente a leer, regularmente, el estímulo principal es nuestra propia historia, la convivencia con uno mismo resulta una verdadera batalla, donde tienes la capacidad de desnudar tus emociones en diferentes etapas de la vida, y nos es imposible mentir. En ciertos momentos, solo quisiéramos no entender o no responder ciertas preguntas, a cambio nos ahogamos en el mismo momento, y una suerte de sufrimiento se asoma y toma el control de nuestra mente.

El sufrimiento por su naturaleza, es un tropiezo para las personas, huyen de ella, la desprecian y la maldicen sin razón alguna; pero hoy puedo decir la verdad y la verdad es que no sienten todo eso, simplemente la temen. El sufrimiento es un estado emocional que solo es valorado por el que siente dolor y entiende que sentirlo es el primer paso a evitarlo, sabe que nadie que no haya sufrido el dolor puede ser capaz de amar tan profundamente y sabe que cuando llega al alma no se puede olvidar jamás.

Mi reloj ha decidido correr más de prisa, como el río que corre sin retorno, cada vez con más intensidad me despoja de todo lo valioso que hay en mi vida y no encuentro una manera de contenerlo. Ojalá decir perdón fuera suficiente, ojalá olvidar fuera el remedio para curar sus heridas.

A las personas que me han acompañado en la vida, les ofrezco un lugar en mi pecho, aun que ellas no lo sepan las construiré un altar en mi alma, quizá esa sea la única forma de decir lo siento y venerar tanta felicidad que me brindaron.

  Mi convivencia con la soledad, me ha llevado a tener muy escasa amistad, pero a las pocas que pude tener, las he querido con fidelidad, sin importar incluso su ausencia en mi supervivencia invernal. He huido casi con frecuencia de la multitud y he sido reprochado por eso, y quizá esa ruptura con la gente, ha hecho de mí un ser muy poco expresivo, un tanto frío en apariencia, pero no es verdad, en ciertas ocasiones, he sabido tomarlos en los brazos y he sabido decirles lo importantes que son para mi insurgente existencia, es bien sabido por las personas que han logrado conocerme con anterioridad.

Mi libre pensamiento, me ha hecho entender que la vida se resume en un tren de pasajeros, siempre las personas suben a tu vida y se bajan cuando deben, muchas veces no hay más que seguir tu camino, aunque resulte agreste y gris tu andadura. Resulta triste cuando existe despedida ¿cierto? pero, aun así, le debemos complacencia a la pureza y fidelidad que ofrecimos a cambio de no apuñalarlos por la espalda, y eso quizá sea lo único con lo que tendremos que quedarnos por siempre, porque querer es un acto de humanidad y respeto, querer nos recuerda que somos seres humanos.  

Son escasas las personas a las que le he confiado ciertas historias, episodios un tanto accidentados de esos que uno se avergüenza contar, pero la amistad o el amor rompe con esos paradigmas y no existe temor.

Cuando niño aun, entre las cajas empolvadas de mi padre, hallé un pequeño libro, la tomé en mis manos y la llevé a mi dormitorio, he pasado tardes exuberantes y emocionantes desde entonces, el pequeño libro había despertado una rara sensación de adulto en un niño, una vida cargada de sensualidad y de ver con cierta diferencia a las chicas de mi pueblo. Recuerdo con toda lucidez al doctor Sullivan y a su amante Gertrudis, son dos nombres que me han acompañado durante toda mi vida, tanto así que he imaginado con Gertrudis en mis años adolescentes, tanto como he imaginado con Margarita Gautier (La dama de las camelias) en mí juventud. Era una novela erótica que he olvidado el nombre.

Otro de mis incidencias que ha marcado mi vida de sobremanera, a la que en mi niñez no le presté real atención, son a mis sueños premonitorios, sueños quizá irrelevantes en aquella época, sueños que con el pasar del tiempo no me ha dejado dormir por temor a su desenlace final (En dos de los casos con fatalidad). No daré mayor detalle sobre tal situación que me trae de regreso recuerdos fúnebres, que han desdichado mi existencia y me he culpado como no tienen idea.

En honor a la verdad, y en honor a mi defensa quiero expresar mi dificultad de expresar cariño con premura, la espera es mi regocijo al que muchas huyen. Hoy que he vuelto a mí mismo, vuelvo a caminar por las mismas sombras de ayer, las mismas calles neblinosas, con el sólito recuerdo de los mejores momentos vividos y a cubrir el dolor con aguacero invernal, allá donde todos somos invisibles. Es momento de tomar mi cobija, levantar la cabeza tomar el sendero menos transitado, y decir a Dios.

 

Manuel Tucto

Escritor y comunicador social. Nacido en el corazón de las montañas, asiduo lector de Saramago, Orwell y Sabato. En ocasiones escribe porque es la única forma que llega a la profundidad de los sueños.