Curar un puente roto con cáscaras de huevo

Yesenia SampayoHace 7 meses357 min

“El puente está quebrado/ ¿Con qué lo curaremos?/ Con cáscaras de huevo.” De niños, tarareábamos esta melodía en las calles de Medellín, inmersos en juegos que iluminaban nuestras tardes y noches en el barrio. Eran los años 90, una época donde la inocencia infantil era un refugio frente a un mundo que apenas comenzábamos a comprender. La Navidad se convertía en la cúspide de la alegría, y las risas resonaban, ajenas a las sombras que se cernían sobre la ciudad. No sabíamos entonces que, en 1993, mientras Medellín vivía los estragos de la violencia, un ciclo de masacres culminaría con la muerte del criminal más temido del país. Ese año marcó un punto de quiebre; las víctimas y sus familias emprendieron un largo camino en busca de verdad y justicia, una travesía que aún continúa.

Desde entonces, muchas preguntas han quedado flotando en el aire, cargadas de un dolor atemporal: ¿Dónde están mis hijos, mis hijas, mis hermanos, mis padres? Preguntas que resuenan con la fuerza de la voz divina que interroga a Caín: “¿Dónde está tu hermano?” Y ante su indiferente respuesta —“¿Acaso soy yo el guarda de mi hermano?”— la tierra misma clama justicia, como un eco perpetuo de la sangre derramada. Este reclamo, que ha atravesado siglos de violencia, encuentra en América Latina, y particularmente en Colombia, un coro de mujeres que se niegan a callar.

Ellas son las guardianas de la memoria. Mujeres valientes que desafían el olvido y el silencio, que en medio de la indiferencia estatal y social alzan sus voces por aquellos que han sido borrados de los registros oficiales. Con poemas, tejidos y relatos, tejen una narrativa colectiva que busca reparar el tejido social roto por la violencia. Estas líderes sociales, madres buscadoras y activistas de la memoria, se enfrentan a un mundo históricamente dominado por estructuras masculinas, reclamando el derecho a construir justicia desde su experiencia y sensibilidad.

Como señala Bruner, la narrativa es el vehículo mediante el cual construimos y reconstruimos el pasado y el futuro. En el acto de recordar, imaginación y memoria se entrelazan, transformando el ayer en un campo de posibilidades para el mañana. No hay una recuperación perfecta del pasado, pero tampoco podemos escapar de él. Estas mujeres han comprendido que el ejercicio de la memoria no solo sana, sino que también abre las puertas hacia un mundo más justo.

En una tierra marcada por la violencia, estas mujeres encarnan la metáfora del puente quebrado que mencionaba la canción de nuestra infancia. Ellas curan ese puente con lo que tienen a mano: su voz, sus recuerdos, sus manos creativas, y su incansable lucha. Son sensibles al dolor y la injusticia, y es precisamente esta sensibilidad la que las impulsa a no rendirse, a insistir en que otro mundo es posible.

Y así, con su perseverancia, nos enseñan que el olvido no es una opción. Su lucha no solo honra a quienes ya no están, sino que también nos inspira a seguir adelante. Porque sanar las heridas del pasado es el único camino hacia un futuro en el que la violencia no tenga lugar. La memoria es resistencia, y estas mujeres son el testimonio vivo de que la justicia y la dignidad pueden reconstruirse, incluso con cáscaras de huevo.

Yesenia Sampayo

Abogada penalista y especialista en Derecho Penal Humanitario. Teóloga de vocación, docente de Ética y Derechos Humanos en Medellín, Colombia. Justicia, humanidad y reflexión en cada palabra.