El chachachá

La canción que tanto le gustaba se quedó en mí y voy con ella a todas partes, espero que ella también la escuche de vez en cuando, sabiendo que comparto su dolor y su llanto.
Alex LeónHace 2 años1111 min

El año pasado una triste mujer que bordearía los treinta años me contó una historia de amor resumida entre la fatalidad y la esperanza, el perdón y la añoranza, la resignación y la idea de que algunas cosas escapan de nosotros y que nuestra voluntad está en manos de Dios y de su eternidad. Como escritor, podría rellenar la historia de colores narrativos que llamen la atención de mis lectores, pero esta vez trataré de contar los hechos tal y como me fue dicho, evitando caer en las suspicacias y adornos fantasiosos del que fui partícipe en algún momento:

Rosario era una joven enamorada que había decidido pasar el resto de su vida con Gerardo, su primer y único amor; el que le había enseñado los beneficios y las desventajas de convivir en pareja; el que una tarde había hecho llorar a Rosario desconsoladamente cantando la canción que su padre fallecido le había dedicado cuando era apenas una niña. Ella siempre se sintió segura de él y Gerardo correspondía ese cariño con el respeto que sienten los amantes privilegiados de tener a una buena mujer al lado. Ingresaron y egresaron de la policía, porque decían que con el amor que se tenían no les daría abasto para estudiar una carrera que exigiera pensar demasiado. A dos años de salir de la escuela militar, él pidió la mano a su madre y hermanita de once años que saltaba emocionada por la noticia.

Las cosas que ocurrieron después no tendrían mucha importancia hasta el día en que unos amigos en común los habían invitado a celebrar el ascenso de un colega, donde hallaron todos los tragos habidos y por haber; cuentan que también hubo drogas pero ella no se había percatado de eso y se dedicó solo a pasarla bien, eso sí, sin perder de vista al que pronto sería su marido ante la ley. A las seis horas de haber iniciado la celebración y con todos los presentes ebrios, la pareja decidió retirarse del lugar; Gerardo se hallaba bastante pensativo, tenía la mirada perdida, como si algo leve le incomodara el pensamiento; tomaron la motocicleta pero Gerardo pudo notar que había perdido el pulso para manejar y se fueron en taxi; al llegar al departamento del novio, este decidió regresar por el vehículo sin consultarle nada a su novia.

Rosario se quedó a esperar afuera del departamento porque no llevaba las llaves y porque Gerardo había prometido ir y volver; no tuvo tiempo a impedir que él se fuera porque su corazón presentía que algo malo le sucedía y en ese estado sería un error contradecirlo. A la media hora regresó, su estado era el mismo, parecía calcular algo perverso, bajó de la motocicleta y comenzó la pesadilla. Ell tipo la golpeó y tiró al piso, la desconoció, humilló y lanzó un escupitajo; metió la mano al bolsillo y sacó un encendedor para abrir fuego a la motocicleta, no lo consiguió, se le cayeron dos cigarrillos que no eran tabaco y Rosario, más confusa que adolorida, se reincorporó. En un par de minutos habían sucedido todas las cosas, fue tan violento y repentino que nadie entendía nada. Entraron al departamento y Gerardo se tumbó en la cama durmiéndose al instante; a la mañana siguiente despertó espantado y sudando frío, leyó en el teléfono los buenos días de Rosario, salió a la cochera a ver la motocicleta que estaba intacta, no había una pizca de resaca en su cuerpo y entendió que todo se trataba de un mal sueño, de una brutal pesadilla, de una jugada tramposa del subconsciente; de pronto percibió que algo no estaba claro y que seguía soñando, decidió romper esa línea tirándose de la cama y esta vez sintió el dolor; había despertado realmente. Vio a Rosario con los ojos llorosos sentada de espaldas al otro extremo de la habitación y le hizo la pregunta final, la respuesta fue afirmativa; había sido el infeliz cobarde que golpeó a su novia, lo sucedido era imperdonable y la infamia lo acompañaría el resto de su vida. Volvió a dormirse, esta vez quiso que sea para siempre.

Rosario no tenía valor para levantarse e ir a su casa; solo contemplaba de rato en rato al hombre que había amado y por el que habría dado hasta su vida; lloraba por lo sucedido, sabiendo que sería la última vez que lo vería; se consolaba, pero volvía a llorar al instante. De pronto, después de mucho rato, sintió un movimiento certero; no tenía ganas de voltear a mirar lo que sucedía con él, cuando de pronto sonó un disparo que hizo temblar la habitación. Gerardo, el hombre que la había amado, pero también humillado, se había matado de un disparo en la cabeza.

A ella la vi solo una vez y habrá sido fuerte la impresión que le di para que me contara tal historia con lujo de detalles. Agregó que no había conseguido pareja desde entonces y ya habían pasado casi nueve años de lo ocurrido; a veces soñaba que se casaban en el cielo y sospechaba que quizá también pronto partiría a su encuentro; no había podido superarlo y consideraba que tal vez nunca lo haría. Cántame la canción del chachachá por última vez antes de irte, me dijo y lo hice, dibujé toda su historia en mi cabeza, comprendí la situación sin juzgarlos y no pude evitar las lágrimas. La canción que tanto le gustaba se quedó en mí y voy con ella a todas partes, espero que ella también la escuche de vez en cuando, sabiendo que comparto su dolor y su llanto.

Alex León

Profesor de Música y Artes, trompetista profesional, políticamente de Centro Izquierda, seguidor y amante de la literatura borgiana y mediano escribidor.