Las carreteras andinas son como pequeñas y estrechas serpentinas extendidas en zigzag a lo alto y ancho de las cadenas montañosas. Se construyeron al filo del abismo y casi siempre se encuentran en mal estado, ya que al no ser una ruta de importantes políticos, no se les da el mantenimiento debido. Antes de viajar por entre esas rutas -incluso si uno es ateo- siempre de manera religiosa debe encomendarse a todos los dioses que existen, ya que por lo peligroso de la vía, no siempre se llega con bien al destino trazado.
Es la segunda vez que me aventuro por estas carreteras, a pesar que había prometido no volver nunca. Recuerdo que la primera vez que viajé por esta ruta con rumbo a ‘Huánuco Viejo’, tuve demasiado miedo cuando pasamos por los abismos en el trayecto de la comarca de Yarowilca. Inclusive un amigo me preguntó del porqué tenía tanto miedo de morir, si era yo cristiano. Le dije que no soy un buen cristiano, era un pecador seducido por las hijas de shataco, por lo que no quería quemarme en el infierno, aunque sin darme cuenta, la propia vida en la tierra ya es un infierno que se enciende cada día.
Esta vez viajamos en la madrugada. Con mucha alegría nos enrumbamos con destino a la tierra de Aguamiro. Cuando ya estamos en el zigzag mareante de la ruta, el conductor pone a todo volumen una serie de huaynos corta-venas, parece que su favorito son las canciones de Alicia Delgado, ya que lo canta a todo pulmón. Al llegar a Llicllatambo y detenernos para desayunar, mientras otros piden su caldo de gallina, yo pido unas cervezas, pues esas canciones me han dejado sad y con la sensación de llamar a la ex. Al escuchar mi pedido, la señorita que atiende en el restaurant me regala una pícara sonrisa y luego me dice: “Joven aquí no piden cerveza en la mañana, en mi pueblo Margos si tomamos desde la mañana”. Ante esa respuesta le digo que ella es de la tierra donde las mujeres son “cachuda, pero feliz” (en referencia a la canción de una orquesta musical que es oriunda de esa zona).
Luego continuamos con nuestro trayecto. Veo que están trabajando en el ensanche para una doble vía, aunque me molesta que por culpa de esos trabajos la vía esté en pésimas condiciones y que los baches y huecos nos hagan dar brincos inesperados, tanto que siento que mi hígado, mi estómago y demás órganos del cuerpo se han pasado al otro lado de su ubicación normal. Los demás acompañantes en el auto, también demuestran su molestar con la empresa que ejecuta dicha obra. Todos comenzamos a rajar de esos chinos, a pesar que yo estoy viajando exclusivamente para trabajar para ellos.
Los tiempos de cuarentena en la ciudad de La Unión me toca pasarlo junto a los asiáticos. Para mi mal, soy de los pocos peruanos que acompañan a los chinos en los trabajos iniciales de dicho tramo, por lo que estando encarcelados voluntariamente y contando solamente con un chef chino, tuve que difícilmente adaptar mi paladar a los sabores de la comida oriental preparada en los andes. No tenía escapatoria, porque si no me mataba la Covid, iba a morir de hambre.
Cuando la amenaza de la pandemia disminuyó, ya podíamos ‘mostrenquear’, aunque seguían prohibidas las aglomeraciones. Recuerdo que en cierta oportunidad en Conoc (ubicado antes de Ripán) se organizó una quermés que incluía un campeonato de fútbol clandestino al que yo también asistí. Como era de esperarse, la Policía sorprendió a los asistentes. La gente en su huida se agarró las cajas de cerveza que expendían los organizadores y se llevaron por los cerros. Obviamente mis amigos, también hicieron lo suyo.
Cierto día muy de mañana, detrás del nuevo mercado de La Unión, mientras caminaba junto a mi amigo Víctor, unos jóvenes parroquianos llamaron nuestra atención. Al vernos con ropa fosforescente de la empresa, uno de ellos nos gritó: ¡capitalicemos el mundo! – eso para nosotros fue increíble, ya que un parroquiano nos lanzaba una premisa con alta carga ideológica. Nos pasamos de largo, pero me quedé con la curiosidad, por lo que prometí regresar a conversar con el parroquiano capitalista en otro momento.
Volví luego de unos días y ahí estaba el susodicho. Esta vez no estaba con ropa de la empresa, por lo que no sabía quién era yo. Le hice recordar su peculiar frase y luego me senté a su lado y comenzó a platicarme. El mal de amores lo había llevado a esa situación. Embelesado por una bella domaina, vino de Lima con la finalidad de conseguir aunque sea por piedad o caridad, un poco de amor de su musa de Aguamiro. Era alumno de ciclos avanzados en la carrera de economía en una conocida universidad limeña, confeso creyente del capitalismo de libre mercado. Sin embargo, todo lo dejó por seguir ciegamente los dolorosos senderos del amor.
Le dije que él como buen capitalista, debería entender mejor la dinámica del mercado del amor. Que no se deje doblegar por los efectos de la mano invisible del desamor y que aplique el “Laissez passer l’amour” (dejar pasar al amor), a ese amor que nunca fue para él. Aunque soy consciente que más que el amor, lo está matando el alcohol. Sí, esa maldita adicción. Prácticamente él respira y camina, pero hace ya mucho dejó de existir.


Yoel Ventura
Gordito memero y escritor con inteligencia artesanal. Soy investigador en historia y laboro en Derechos Humanos y Derecho Internacional Público. En un mundo de grises, sigo creyendo que el amor es azul.💙