El sendero de Hades

A lo largo de mi vida, he cerrado muchas maletas sin terminar de empacar, me llevaron a dejar de querer a muchas personas, pero no las he olvidado, no importan las circunstancias como nos alejamos, siempre en algún momento asaltan mi memoria y mis deseos que siempre les vaya bien. Este viernes último ha sido un día lleno de nieblas, de sombras y también de luz.
Manuel TuctoHace 2 años89 min

No sé cuántos de ustedes pueden dar fe a una historia como la mía. Hoy les voy a contar con total sinceridad, mi vida ha sido tallado con aceros distintos, con surcos unos más profundos que otros, extrañar ciertos momentos se hizo inevitable, pero seguir se hizo indispensable y no puedo parar, no puedo parar aun cuando la muerte venga.

Anoche soñé con mis dos abuelas, una (la madre de mi padre) desaparecida el invierno del 95 cuando aún era un niño, tengo escasos recuerdos de ella, no mucho más que cuando me arrimaba sobre su regazo para cubrirme del frío y decirme en quechua frases que no entendía entonces, pero supongo que eran de amabilidad. La otra (la madre de mi madre) murió dijo mi abuelo el verano del 56, mi madre tenía apenas meses de nacida y no recuerda tan solo su rostro, y solo hoy lo entiendo, mi madre no pudo tener una vida feliz.

La razón por la que escribo estas líneas, es que hace algunos días, sufrí una descompensación a causa de una infección respiratoria aguda, con escasos ataques de neumonía al que resté importancia, a tal punto que hace tres tardes llegó a su punto más crítico y la tiritera se apoderó de mí, me dominó el cansancio estuve delirante y aun así me creí rudo como el roble y solo atiné a tirarme a la cama a descansar. Tuve sueños oscuros, oí la voz de mis dos abuelas, vi sus rostros y no entiendo ¿cómo puede ser esto posible? Solo conocí a la madre de mi padre de la que algún recuerdo guardo de su rostro, pero también vi el rostro de mi abuela materna la que no conocía mirarme fijamente para luego desaparecer inexplicablemente; desperté de inmediato, sudaba a borbotones y con la poca fuerza que tenía me puse el termómetro en la axila, 40° marcaba, cambié por otro instrumento y marcaba 41°. No pude hacer más pero jamás tuve miedo alguno, sabía que pasaría en cuestión de horas y sería una experiencia que demostraría una vez más mi fortaleza y el por qué me mantengo con vida hasta hoy.

En momentos subsiguientes, entre en una especie de sueño y realidad, veía a mucha gente que ya no están y que alguna vez fueron parte de mi vida, ellos desfilaban a mi vista como un collage de fotografías hasta que me quedé profundamente dormido y ya no hubo más ritual. Recuerdo con claridad el rostro de mi primo Hernán pasar, el de Franklin (un ex-colega de escuela) de la siempre recordada Angelita y el de mis abuelos; entre más personas que no tenían una imagen clara que mostrarme.

La mañana siguiente desperté inmóvil, la fiebre había desaparecido, el reloj marcaba las 5:20 y entonces tuve miedo, pensaba si pudiera haber muerto, ¿cómo sería estar muerto? ¿estaría también desfilando frente a otro moribundo? imaginaba a las personas lamentando mi final, hablando maravillas quizá ¿Pero quiénes habrían acudido a mi funeral? ¿Estarían todos a los que quiero y quise? o ¿Solo la familia y algunos amigos? quizá ya nada existe después de la muerte, pero me imaginaba desde lo alto mirando muchos rostros llorar.

Recordaba también un viejo sueño, tirado en una cama de hospital suplicaba no irme, temía abandonar a las pocas personas que me quieren y que me extrañan, pensaba en Adriana mi vida, en mis padres, hermanos y algunos amigos que aún están cerca, no podría abandonarlos sin decir nada, no así, no en soledad, no sin recordarles el inmenso corazón que aquí en mi pecho late por ellos.

A lo largo de mi vida, he cerrado muchas maletas sin terminar de empacar, me llevaron a dejar de querer a muchas personas, pero no las he olvidado, no importan las circunstancias como nos alejamos, siempre en algún momento asaltan mi memoria y deseo que siempre les vaya bien. Este viernes último ha sido un día lleno de nieblas, de sombras y también de luz.

Me hizo ver una realidad para lo que nunca estamos preparados, de cierta forma morimos todos los días, pero nadie sabe cuándo será la última vez; un látigo lacera mi corazón y me enseña que debo querer con más intensidad, que debo amar sin medida, que debo pedir perdón y que debo sentir placer al vivir.

Manuel Tucto

Escritor y comunicador social. Nacido en el corazón de las montañas, asiduo lector de Saramago, Orwell y Sabato. En ocasiones escribe porque es la única forma que llega a la profundidad de los sueños.