El último arriero

Luego de una amena tarde entre el regazo de las montañas, al observar al cielo cubrirse de ‘yana pukutay’ (neblinas negras), les digo a mis acompañantes que apresuremos nuestros pasos, ya que la lluvia andina suele mojar hasta los tuétanos...
Yoel VenturaHace 2 años1214 min

Luego de una amena tarde entre el regazo de las montañas, al observar que el cielo se va cubriendo de ‘yana pukutay’ (neblinas negras), les digo a mis acompañantes que apresuremos nuestros pasos, ya que la lluvia andina suele mojar hasta los tuétanos. Estamos bajando de los alturas de Yuragmarca por el camino grande con dirección hacia Panao. De pronto a lo lejos se escucha el ‘talan, talan’, que sin temor a equivocarme, es el sonido generado por las mulas líderes que llevan campanas en la recua y sirven para alertar a los caminantes que ahí vienen las cargueras ‘todo terreno’ de los andes.

Por mi mala experiencia con las acémilas, prefiero mirarlas de lejos, por lo que les digo a mis amigas que nos retiremos a un lado del camino, ya que las mulas sienten recelo cuando se cruzan con gente extraña en su ruta. Cuando pasan por dónde estamos, observamos que las mulas van alegres por haber terminado su jornada. Detrás va el arriero, a quien también se le ve contento, pues ha hecho dinero con el sudor de sus mulas.

Más abajo, mientras descendemos en el zigzagueante camino, nos volvemos a encontrar con las mulas que pastan a placer y, al costado el arriero que también disfruta de su coca acompañado con cal, con el cual sazona su paladar. Lo saludamos y nos sentamos a su costado en la pashpa, pues necesitamos un descanso obligado. Nos dice que se llama Macario Salazar, y que es el último arriero de la zona. Proviene de una familia cuyo oficio de arrieros lo han heredado de generación en generación. Aunque se pone triste mencionando que él no tiene hijos, por lo que no podrá heredar a nadie ese noble y distinguido trabajo.

Tratando de cambiar esa tristeza con color a nostalgia que observo en su rostro, yo replico, diciéndole: “Don Macario, entonces usted es igual que sus mulas”. Él se da cuenta y ríe a carcajadas, mientras que las chicas que me acompañan no entienden su risa y se quedan con la curiosidad. Luego les cuento que, cuando era yo pequeño, al ver a los arrieros cobrar buenas cantidades de dinero por sus servicios, me propuse que de grande, buscaría como pareja a una señorita cuyos padres tengan dentro su patrimonio, una recua de mulas; el cual, por mis cálculos de ese entonces, me aseguraría una buena vida al lado de mi amada. Quién diría que yo desde pequeño, ya mostraba grandes dotes de interesado. 

En otrora, las familias que se dedicaban al arrieraje, tenían una muy buena posición social en los andes y eran muy respetados, ya que cualquier familia no podía darse el privilegio de poseer mulas, debido a su elevado costo. Inclusive el propio Tupac Amaru se dedicó a este oficio y la misma le sirvió para que vaya de comarca en comarca, conociendo la realidad lacerante de la gente de los pueblos. Cuando los españoles lo torturaron y desmembraron, no solo lloraron los oprimidos, sino también sus queridas mulas.

En las provincias de Huánuco, el arrieraje fue un oficio implementado con el establecimiento del virreinato. A diferencia de otras regiones, donde también existían troperos (los que conducían el ganado a caballo) y llameros (transporte de carga en llamas), aquí los arrieros ofrecían su ‘servicio exprés’ solamente con caballos y mulas. Desde Huánuco salían los arrieros con dirección a las haciendas de Chinchao, o se adentraban entre los pueblos de Pachitea, siguiendo la ruta de los colonos desde Chaglla hasta Pozuzo. De ahí que las mulas eran las más resistentes y todo terreno, pues cruzaban los caminos más agrestes, se aventajaban por quebradas y pendientes por donde habita el shataco (Satanás), y lo hacían sin miedo alguno.  Iban cargados con aguardiente, azúcar y rocas de sal. En los pueblos de habla quechua a la sal suelen decirle kachi, y si alguien por ahí te dice que eres un ‘kachi gasto’, significa que solo sirves para gastar la sal.   

En el caso de Pachitea, desde hace unas décadas con el boom de la papa, los arrieros eran los encargados de transportar en sus mulas, los muchos sacos de este tubérculo que la pachamama les había regalado. Es sabido que las mejores y más sabrosas papas producen en terrenos más altos, por lo que los campesinos sembraban en terrenos de altura y pendientes; y las mulas eran encargadas de llevarlas desde las chacras de cosecha, hasta las grandes carreteras.

Hace unas décadas, cuando las personas regresaban de Lima o Huánuco con rumbo a los pueblos, lo hacían cargado de regalos, ropas chilaquitos (nuevos), frutas encajadas, manjares y dulces que en los pueblos no se comían a menudo. Debido a que los carros no llegaban a los pueblos, las personas ponían avisos en la potente señal de Radio Ondas del Huallaga, que en ese entonces también salía en señal AM y era sintonizado en toda la zona central del país. La voz inigualable de los avisos era de la simpática Flor Meza, quien por poner un ejemplo, decía más o menos así: “Atención, atención Centro Poblado de Tambogan, don Julio Santamaría Rojas acaba de llegar de Lima y se está dirigiendo a Churubamba. Sus familiares venir con acémilas, ya que se encuentra con carga”. Los familiares al escuchar en la radio, emocionados iban con sus mulas o caballos, o en su defecto, con sus burros. Los que no tenían, debían alquilar alguna acémila y dar alcance a su familiar, para que luego por fin puedan llegar a casa.  

Hoy con la república abrumante, los alcaldes a la vez que roban, también abren trochas, conectan nuevas carreteras entre los pueblos más alejados, generando de esa manera y sin darse cuenta, la falta de trabajo para los arrieros. Pues a los carros y camiones, ya se les puede ver estacionado hasta en la punta de los cerros. De ahí que en nuestros tiempos es difícil toparse en el camino, con algún arriero y sus mulas. Este histórico e inspirador oficio, en unos años más desaparecerá y será solo un recuerdo de los tiempos pasados. Incluso había un refrán: “arrieros somos y en el camino nos encontraremos”, ahora eso se ha reemplazado por el de “camioneros somos y en la carretera nos encontraremos”.  

Antes de retirarnos y proseguir con nuestro camino, don Macario nos dice que ahí se va a quedar, pero se atreve a cantarnos un pícaro huayno ayacuchano, cuyas letras son: //Mi cawallo y mi mujera// //se me han perdido al mismo tiempo.// //Yo no me lloro por mi mujer// //más me lloro por mi cawallo,// //ese cawallo me llevaba// //de una mujera a otra mujera.//.

Ya estando nosotros en la ciudad de Panao, una hermosa jipash pañaquita (señorita de Panao) nos ofrece queso. Antes de comprar, le digo que si no tiene un queso como mi corazón; es decir, uno chukro (duro). Compramos el queso y emprendemos el retorno a Huánuco. Una de mis curiosas amigas, me pregunta sobre el porqué se ha reído Macario cuando le dije que se parecía a sus mulas, pues le comento que las mulas son estériles, y al parecer su dueño también, ya que por eso no tuvo hijos.

Yoel Ventura

Gordito memero y escritor con inteligencia artesanal. Soy investigador en historia y laboro en Derechos Humanos y Derecho Internacional Público. En un mundo de grises, sigo creyendo que el amor es azul.💙