
A lo largo de mi vida he conocido a muchas mujeres, mujeres fuertes, valientes, mujeres violentadas y mujeres que un día decidieron tomar las riendas de su vida y salir adelante.
A la primera mujer valiente que me tocó ver y conocer, fue mi madre. En mis primeros y únicos recuerdos de infancia, la veo trabajando, caminando largos trechos para cumplir como maestra y como madre; porque puedo jurar que jamás me hizo falta nada. A ella que le tocó ser madre y hacer las veces de padre, le agradezco 28 años de vida, una carrera profesional, miles de sonrisas y una vida digna. La segunda mujer que conocí fue mi abuela, que con lo poco que tenía y lo poco que sabía, logro criar 10 hijos, pero a ella si le tocó ser madre y esposa. En mis recuerdos de la infancia la veo a ella preparando el desayuno, cocinando sus mejores platos para engreírnos a nosotros, los pequeños. En mis recuerdos de Juventud, veo a ambas tomando café o comiendo papas rebozadas con huevo y ají. A esta mujer nadie le enseñó a ser madre o esposa, y quizá se equivocó, pero dio lo mejor de ella.
En mi adolescencia conocí a mi segunda mamá, a una hermosa mujer que sin tener ningún lazo de sangre conmigo, supo cuidarme y engreírme. Siempre tenía palabras de cariño hacia mí, conocía mis gustos y siempre que llegaba del colegio me había guardado mi plato favorito. A usted doña Malvila, todo mi amor y mi cariño. A los 17 años me tocó ver a mi mejor amiga de toda la vida convertirse en mamá, desde el día uno que supo de su embarazo peleó por ese bebé; cuando nosotras, sus amigas, nos sentíamos asustadas, ella fue valiente para defender su embarazo, defender a su bebé y como siempre se lo he dicho, ella es mi heroína, porque quizá yo habría sido más cobarde. Recuerdo muy bien las críticas, recuerdo cuando le decían que había detenido su futuro; pero no fue así, porque hoy, 11 años después, es la mejor profesional en su área y la mejor madre que puede haber pedido esa pequeña niña.
Pasaron los años, sin querer y sin pedir, conocí a algunas mujeres que me enseñaron lo que la valentía y la fortaleza significan, a estas mujeres toda mi admiración y respeto. A doña Sofía que le tocó ver morir a su esposo y no saber qué le pasó a sus hijos, solo por decidir defender su derecho a la propiedad y por no querer vender sus predios. A doña María que le tocó huir con sus hijos pequeños por miedo a ser desaparecidos y por miedo a las amenazas que recibían día a día. A estas mujeres indígenas que un día decidieron levantar la voz y defender sus derechos, las de sus hijos y su propiedad. A aquellas que lo perdieron todo y aún así las veo sonrientes cuando me cuentan sus historias, y señalan que no se sienten vencidas y que la vida sigue por mejores caminos.
A doña Inés que un día dijo basta, abandonó a su esposo violento y decidió criar a sus hijos sola. A esta mujer que me enseñó que cuando uno quiere y se lo propone, puede alcanzar sus sueños. a ella mi eterna admiración. A doña Zoila que a sus 64 años me dice que no quiere dejar de trabajar, que ella se siente viva saliendo a vender sus verduras, que -dicho sea de paso- ella misma se encarga de sembrar y cultivar en el huerto de su casa. A ella que siempre le bromeo diciendo que a mis 28 años me siento cansada y que todo el cuerpo me duele y me responde: – hija, ustedes, los jóvenes de ahora son ociosos – Le sonrío, me despido de ella y le digo que pronto la visitaré.
A una mujer que hace poco conocí y escuché su historia. Le toco vivir una de las experiencias más horribles y que esto en vez de detenerla o limitarla, le dio fuerzas para conocer sobre sus derechos, para aprender lo necesaria, y así poder ayudar y enseñar a otras jóvenes que pasan por lo mismo. A ella que no se detuvo por el miedo, sino que se llenó de fuerzas y salió al mundo a luchar por otras. A esta mujer mi eterna admiración y respeto. A esa amiga que siempre vi sonreír, ser libre, amar al mundo, y que un día se derrumbó, se rompió en pedazos y con lágrimas me contó la violencia que le toco vivir de niña. A mi vecina que sin pedirlo, le tocó ser madre a los 15 años producto de una violación, porque lastimosamente en nuestro país el aborto está prohibido y que para colmo, ella tuvo que escuchar y soportar cuando le decían que, “por andar en la mala vida, abrir las piernas, ahora estaba con su domingo siete”; sin saber que su violador había sido su padrastro, la persona que ella conocía como su padre. Hoy es una niña criando a otra niña.
A la profesora que llegaba con golpes, ojos llorosos y una bufanda para cubrir los moretones, y con una sonrisa nos aconsejaba, nos decía que estudiemos, que seamos buenos seres humanos, que jamás nos dejemos pisotear por nadie, que todos teníamos derecho al respeto y buen trato; a ella que le tocó llegar al hospital producto de la violencia que sufría en casa, a ella que a partir de ese día dijo basta, y ahora ayuda a otras mujeres que viven la misma situación.
A la abuelita Santosa, que siempre traía alfalfa a la casa de mi abuela y nos insultaba en quechua, porque nosotros éramos unos “mocosos insolentes”, pero aun así nos sonreía y nos sacaba de la calle cuando pasaba algún carro. A la señora que supo criar un buen ser humano, que supo criar un buen hijo, que, en medio de una familia machista, supo guiar y enseñar el valor humano, el respeto a las mujeres, que supo educar con empatía e igualdad (y que tuve la suerte de conocer a ese hijo); a usted y a todas esas mujeres que hacen del mundo un lugar mejor, les digo gracias, mi eterno cariño para ustedes.
Por esas mujeres valientes, luchadoras; por ti que cada día tratas de ser mejor persona, mejor ser humano, mejor mamá, mejor esposa, mejor hija; por ti y para mí, FELIZ DIA DE LA MUJER. Para todas esas mujeres que ayudan a construir el mundo, FELIZ DIA. y para todos esos varones que nos apoyan, nos ayudan, nos cuidan, nos brindan espacios de desarrollo, para esos varones que aplauden nuestros logros y nos quieren ver brillar, gracias, mi eterna admiración y respeto para ustedes.
