La chica de negro

Hace ya muchas noches que soy asiduo visitante de la plaza de Huánuco, recurro a el de noche, porque hay menos gente, menos bulla y el viento frío recarga mi espíritu con aparente dosis de libertad. Todas las noches veo gente pasar, tienen sus miradas ciegas para mí y no es que me interese llamar su atención, pero veo seres desnudos metidos debajo de un disfraz, unos caminan de prisa y otros no tanto.
Manuel TuctoHace 2 años48 min

Hace ya muchas noches que soy asiduo visitante de la plaza de Huánuco, recurro a el de noche, porque hay menos gente, menos bulla y el viento frío recarga mi espíritu con aparente dosis de libertad. Todas las noches veo gente pasar, tienen sus miradas ciegas para mí y no es que me interese llamar su atención, pero veo seres desnudos metidos debajo de un disfraz, unos caminan de prisa y otros van lento.

Descanso mi desnudo cuerpo sentado en una banca como tantas noches ya, a veces tengo compañías ante las que paso desapercibido, a veces estoy en soledad con el mismo ritual de siempre, me pongo el audífono a mis oídos y oigo música que me aleja mucho más de la realidad. Ayer, diecisiete de febrero, estaba yo como todas las noches observando sentado en una banca de madera, de pronto en mi distracción, siento la presencia de alguien a mi costado, no le tomé importancia y tampoco mi acompañante me prestaba mayor atención, no parecía siquiera importarle si estaba ahí, hasta que en un bostezo pronuncio ¡Que frío! a la que responde: – Estos días hace mucho frío, con evidente sorpresa me volví hacia ella y respondí: – Demasiado frío, e hice silencio por unos segundos, era una mujer joven, quizá veintidós o veinticinco años, de mediana estatura, delgada y bien parecida, vestía de negro con un escaso marrón en la blusa; solo atiné a mirarla por unos minutos, hasta que el momento se puso ameno, hablamos de música, de libros, de deporte y de cine, hasta que llegó la hora de irse, pregunté su nombre y respondió Milagros, quise sacarle más, pero en una pícara respuesta me dijo, «si vienes seguido por aquí es posible que nos volvamos a ver». No dije mucho más que a Dios y me quedé solo, con esa sensación de vacío y de regocijo.

Hoy, mientras escribo estas líneas, percibo el olor a vino fermentado al recordar el momento, mi inquietud por volverla a ver me embriaga de sobre manera, recuerdo tan cerca mío su mirada austral y su sutil sonrisa, no sé si la volveré a ver, lo que estoy seguro es que ese pequeño momento ya se hizo parte de mi sueño nebuloso.

Hay tanto que la vida nos ofrece, y muchas veces nos resistimos a aceptarlo, emociones distintos que son un regalo en tiempos agrestes de nuestra existencia, emociones que nos muestran que después de cada invierno puede amanecer el más radiante sol, para hacer de nuestra existencia una lumbre que ilumine siempre el camino, una lumbre que no permita más oscuridad.

Ahora que he llegado a este momento, siento la necesidad de escribir todas las páginas de mi existencia, marcar los recuerdos con tinta en el alma, aquellos que me enseñaron amar y me permitieron gozar los placeres de la vida. En ocasiones, me asalta el violento deseo de volver en el tiempo y tomar el tren que partía sin mí, es irreversible la historia lo sé, pero es un deseo que asalta mis sueños constantemente.

La chica de negro (Milagros) ha sido para mí como un ángel, de aquellos que se dejan ver una vez en la vida, con la sola intención de hacerme saber que la vida no ha terminado, sino es que recomienza todos los días y se debe vivir con la misma intensidad de los buenos días vividos. No sé si la volveré a ver, pero ella apareció sin que la buscara y me brindó un momento de embriaguez emocional y estoy seguro que despertaré sobrio, cuando mi teléfono llegue a sonar con el nombre de algún amor futuro.

Manuel Tucto

Escritor y comunicador social. Nacido en el corazón de las montañas, asiduo lector de Saramago, Orwell y Sabato. En ocasiones escribe porque es la única forma que llega a la profundidad de los sueños.