La última carta poética que dejó Amarilis antes de fallecer en 1624

Yoel VenturaHace 7 meses129432 min

El universal César Vallejo añoraba una poética muerte en jueves de otoño, del cual incluso ya tenía el recuerdo estampado en su memoria. Fue un Donnerstag en que también el genial «Gabo» se inmortalizó al irse de entre nosotros. El jueves fue el día en el que Jesucristo anunció que uno de sus discípulos lo traicionaría, cumpliéndose así su profético paso por este caótico y terrenal mundo de eternos retornos. Jueves negro, fue el día en el que se produjo la gran depresión del 29 en los Estados Unidos.

Fue un día de Júpiter como lo es hoy, un jueves exactamente hace 400 años, en el que una hermosa y joven huanuqueña pronto entendió que su existencia marchitaría de manera inexorable en la floresta de la vida pasajera. Por ello, días antes de marcharse y desde su lecho de sufrimientos, pidió asistencia para plasmar en una carta su última confesión. Esta poética carta estuvo oculta por petición expresa de la autora.

María de Rojas y Garay, conocida con el sobrenombre de Amarilis, fue una poeta y escritora nacida en 1594 en la ciudad de León de Huánuco en el virreinato del Perú. Descendiente de españoles, ella fue de las primeras generaciones de flores que adornaron el cadencioso atardecer en el jardín del valle del Huallaga. Golpeada por desdenes de la vida, perdió a padre y madre a muy temprana edad, quedándose con la gran responsabilidad de cuidar a la pequeña Luisa, su hermana menor. En Lima, la presuntuosa ciudad habitada por el Virrey y las más destacadas familias de la colonia, pronto Amarilis con hazaña valerosa se abrió camino entre las parcelas de la literatura, que hasta ese entonces eran casi de manera exclusiva para los varones.

La hermosa María consiguió que un gran descendiente de los Fernández de Córdoba se convirtiese en su mentor y guía. Diego de Aguilar y Córdova, se llamaba este español-huanuqueño, de muy reconocida trayectoria en el ámbito literario y académico, fue quien empujó a la joven Amarilis hacia los territorios de la literatura. Este afamado hombre, autor de la monumental obra «El Marañón», resulta que era un destacado integrante de la ‘academia literaria Antártica’ y muy amigo del virrey Juan de Mendoza y Luna, el marqués de Motesclaros. Inclusive este valeroso caballero fue aclamado en uno de los versos del mismísimo Miguel de Cervantes Saavedra, quien menciona también a Huánuco en su ‘Canto de Caliope’ en La Galatea.

Con el patrocinio de don Diego, a quien Amarilis consideraba como un padre, sumado a ello la ayuda de unas tías afincadas en Lima, prontamente la joven aprendió la ‘mater lingua’, el latín, para después dominar también el francés, el italiano y el portugués. La belleza académica, de la cual estaba dotada Amarilis, contrapesaba con su divina belleza física. Sus familiares, preocupados por la soledad de la joven mujer, se propusieron buscarle marido entre las altas familias españolas en Huánuco, Huamanga, Trujillo y Lima. Sin embargo, no encontraron varón alguno que estuviese a la altura de esta bella e ilustrada fémina.

En el Cusco, la ciudad que erigieron los españoles por sobre la otrora comarca conclave del imperio Inca, finalmente encontraron a Gómez Ramírez de Quiñónez —un caballero cincuentón— descendiente de buena estirpe, con quien Amarilis, luego de pensarlo muy seriamente, contrajo matrimonio el 24 de mayo de 1617 en el sagrario de la Catedral, para establecer luego su lecho matrimonial en la gran casona de la calle Pumacurco en la ciudad del Cusco. El marido tenía muchas propiedades en el sur andino, una de ellas en Paucartambo, lugar donde en un viaje a caballo sufre una aparatosa caída que lo deja en agonía, falleciendo a dos días de ocurrido el hecho. De esta manera, Amarilis queda viuda dos años después de haberse casado.

Solitaria nuevamente, por afán empeñoso del destino, entre el frío y opaco amanecer de sus días, decide entregar el resto de su vida a la vocación religiosa y lo hace en el Convento de Santa Clara en el Cusco en octubre de 1622. Allí, al servicio de Cristo a sus 27 años de edad, se convierte en sor Dorotea de Jesús. Pero como su paso por este mundo estaba escrito para que sea fugaz, dos años después cae enferma. Ella no podía irse sin antes contar el secreto que por mucho tiempo había guardado y así lo hizo desde su cama de martirios.

El martes 17 de setiembre, sor Dorotea, resignada a su triste y fatal destino, mientras se encontraba en un cuarto de enfermería en el Convento de las Clarisas del Cusco, hizo llamar a la madre superiora a quien rogó que la escuchase y transcribiese de manera íntegra su confesión, convirtiéndose esta misiva en un valioso escrito que no solo inmortalizaría a Amarilis, sino hoy es un aporte fundamental para construir la biografía completa de esta hermosa escritora.

La poeta inicia su carta, diciendo:

María de Rojas y Garay, en su atrevida confesión, confirma el amor que atesoró por el «Fénix de los ingenios», muy a pesar que este caballero le sacaba gran ventaja en años vividos, ya que tenía tres décadas más de existencia en relación a la edad de la poeta. Además, Lope de Vega se encontraba al otro lado del charco, mientras ella florecía en el nuevo mundo y sus encantos. Pero la distancia no fue jamás un impedimento para que ella estuviese cerca de las obras de su amado, puesto que en Lima se las ingeniaba para asistir a las representaciones de las comedias escritas por «el poeta del cielo y la tierra».

Ni el acto de casarse con el caballero cusqueño pudo desaparecer el sentimiento de amor que guardaba Amarilis por Lope de Vega. Es que el amor no puede ni debe estar sometido a la lógica de la razón, ni tampoco a los mandatos opresivos de una ley, sino solo se debe al caudaloso río de emociones que recorre los senderos del corazón y baña todas las orillas de la vida. Por ello, la poeta señala en otra parte de su carta:

Solo quien ha amado con irremediable y sana locura, puede entender que el amor no conoce de límites. Muy a pesar de que la Biblia dice que en el amor no hay temor, los mortales nos generamos miedos y temores al momento de amar. Eso le sucedió a Amarilis, quien, en otra parte de su carta, señala con pesadumbre que, aunque lo pensó, no se atrevió a subirse ni embarcarse en el velero del amor que lo llevaría a España junto a su amado.

Para que nadie se entere que María de Rojas y Garay se había tomado el atrevimiento de escribir y expresar sus sentimientos, ella se ocultó en el dulce seudónimo de ‘Amarilis’. Se aseguró, además, que la carta sea enviada desde Lima a través de una correspondencia debidamente lacrada, y la llevara a Madrid un correo del marqués de Montesclaros, con indicación muy precisa de que una vez llegada a España, esa misiva poética sea entregada en las propias manos del «Fénix de los ingenios». Según la propia autora, Lope de Vega debió recibir la epístola a mediados de 1615. 

La felicidad estacionaria se había posado sobre Amarilis; la inmensa sonrisa de su rostro hacía armonía con el ritmo de sus latidos y palpitares acelerados por amor. Solo en ese momento ella sintió que sus pies no estaban sobre la tierra, sino que su humanidad estaba sostenida por las alas de ese mágico sentimiento. La misteriosa joven huanuqueña había logrado una respuesta de su poeta imposible. 

Amarilis, finalmente, en catarsis de su «Dasein» —el ser en el mundo— con los pies racionales sobre la tierra, proclamaba que verdaderamente estuvo sola en su vida, por lo que debía dar ese siguiente paso sin equivocaciones. La soñadora muchacha, que hace unos años entre sus misivas le confesaba su amor a Lope de Vega, ahora estaba decidida a entregar su amor ágape a Jehová.

En la postrera parte de su carta, Amarilis deja un pedido; ello consistía en que nadie conozca su confesión y, en caso que se preserve el manuscrito, no sea leído hasta que hayan pasado por lo menos cien años después de su fallecimiento. La propia poeta reconoce que pedía mucho tiempo, pero su argumento se basaba en que pasado ese periodo, ya nadie se recordaría de ella, ni de su osada aventura de haber amado a su poeta imposible.

Era jueves 19 de setiembre de 1624 en el Cusco imperial; pasado un poco más de las 6:30 de la tarde en el Convento de las Clarisas, cuando fallecía y se iba de este mundo en un año bisiesto, la joven María de Rojas y Garay. Se marchaba imaginando que su intrépida y poética historia de amor sería sepultada por la tiranía del tiempo. Cuatrocientos años después, su carta ha sido desempolvada luego de permanecer en silenciosa quietud entre los baúles de antaño. Hoy es azul jueves como el cielo de Huánuco, ciudad materna de ‘Amarilis hermosa’.


Nota del autor: El presente escrito contiene solo algunos extractos de la carta original que dejó Amarilis; la totalidad de la misma será publicada como parte de un libro completo que se trabaja sobre ella.

Yoel Ventura

Gordito memero y escritor con inteligencia artesanal. Soy investigador en historia y laboro en Derechos Humanos y Derecho Internacional Público. En un mundo de grises, sigo creyendo que el amor es azul.💙