La Unión: Un pequeño Perú

Yo soy de La Unión, un pequeño pueblo, capital de una provincia, al norte de Huánuco; viví allí dieciséis años de mi vida, salí y regresé a los treinta a trabajar como profesor de música en el colegio público donde culminé mis estudios secundarios.
Alex LeónHace 2 años1410 min

Yo soy de La Unión, un pequeño pueblo, capital de una provincia, al norte de Huánuco; viví allí dieciséis años de mi vida, salí y regresé a los treinta a trabajar como profesor de música en el colegio público donde culminé mis estudios secundarios.

Allá se encuentran deambulando los recuerdos de mi adolescencia y niñez; mi primera novia, la pecosa; los yaravíes de Melgar; mi primer sonido en la trompeta y todas las primeras veces que pasan por la vida de una persona común, hasta los casi diecisiete. A pesar de la precariedad del lugar y las carencias económicas que sufrí de niño, puedo resolver —con cierta contrariedad— que disfruté mi etapa y que todas aquellas experiencias prematuras, influyeron significativamente en la personalidad que ostento ahora; no hubo grandezas, pero sí amigos; no teníamos un televisor en nuestra casa, pero sí libros viejos para leer; nos privamos de muchas cosas, menos de la calidez y el amor de mamá y, mientras fui creciendo, yo me planteaba algunos objetivos irrenunciables en mi vida, entre ellos: salir de La Unión y no retornar jamás.

Recuerdo que fui un estudiante destacado en la primaria, pero uno malísimo en la secundaria; tal vez se deba a que cambié de amistades o pasé de una escuelita de 150 estudiantes a un colegio de más de mil o simplemente porque a esa edad yo ya conocía la música y las áreas que cursaba me parecían irrisorias para el artista que anhelaba ser. Mi profesor de música no me ayudó (en realidad sí); cuando me confesó que, según su olfato y por mi falta de talento, yo no llegaría a ningún lado como trompetista, fue cuando decidí con toda determinación estudiar la música, para demostrarle a ese granuja que estaba totalmente equivocado y así fue. El año pasado me lo encontré, el inexorable paso del tiempo lo había traído a mal venir; le expresé mi gratitud y lo orgulloso que estaba de haber tenido un profesor como él; nos abrazamos, nos perdonamos.

Hay tanto que contar sobre La Unión; por ejemplo, cuando ya me encontraba estudiando en la Universidad Daniel Alomia Robles, había escrito un artículo diciendo que en La Unión faltaban músicos preparados para enfrentar la competencia del mercado que siempre exige algún tipo de estudio en la materia; en realidad me refería a que, si hubiera una escuela de formación musical en la zona, el resultado sería mucho mejor del que teníamos en ese momento; los músicos del lugar —sobre todo los que ni siquiera me habían leído— pidieron mi cabeza y esperaban, masticando la ira, el momento en que regresara, para saldar cuentas pendientes conmigo. Volví y no pasó nada, salvo aclararle algunas cosas a un par de personas que amablemente preguntaron por el incidente.

Ahora estoy a cargo de La Banda del colegio donde fui alumno; llevo laborando allí tres años y en algún momento tuve que soportar los sinsabores de las muchas bocas que hablan y pocas cabezas que piensan; no soy bienquerido por mis compañeros ni pretendo serlo; elijo la soledad, que no busca aprobación ni algún tipo de reconocimiento; he ganado enemigos y me vi envuelto en medio de algunos conflictos gratuitamente; tuve un solo aliado que ahora ya no está y en algún momento ensayé un noviazgo con una chica que trataba de olvidar conmigo al ex que todavía quería.

Hoy, La Unión —precisamente mi colegio— vive una mini-dictadura ridícula, mal maquillada de democracia; hubo casos de nepotismo por parte de un personaje que involucró hasta al perro en la institución; mis críticas a la directiva se vieron reflejados en el descuento de mi boleta a fin de mes. Hay colegas tan conservadores que se espantan porque vieron a dos estudiantes tomados de la mano y no saben que muchos de ellos ya llevan una vida sexual activa. Una vez vi que un chico de cuarto año salía llorando de la dirección, cuando le pregunté el motivo me contó que un grupo de profesores amenazaron con expulsarlo de la institución si no se cortaba el cabello; me conmovió, lo imaginé sólo, ante esa mayoría abusiva y procedí a explicarle todo sobre el derecho constitucional de los niños a acceder a una educación gratuita, libre de prejuicios y sin ningún tipo de discriminación. Al saberse preparado, el estudiante se armó de valentía y regresó a la dirección para encarar a los docentes que, sorprendidos, supieron al instante que yo lo había asesorado; me pusieron en su lista de indeseables, que para mí fue todo un honor. Al final perdimos la batalla, porque esos personajes hostigaron tanto al muchacho que éste decidió cambiarse de colegio y nunca más lo volví a ver.

Mis amistades recomiendan no involucrarme tanto en los asuntos estudiantiles, que es mejor callarse que ganarse la enemistad de los superiores, que siga las órdenes sin chistar y pasar por desapercibido algunas situaciones que comprometen el bienestar emocional de los jóvenes y señoritas; pero no, yo hablaré y escribiré cuando sea necesario, porque si hay algo que vengo rechazando desde hace mucho son las injusticias, las arbitrariedades y la tiranía de alguien que abusa del minúsculo poder que le ha sido otorgado.

Alex León

Profesor de Música y Artes, trompetista profesional, políticamente de Centro Izquierda, seguidor y amante de la literatura borgiana y mediano escribidor.