Lo vengo comentando desde hace buen tiempo y creo que hoy tengo el panorama un poco más claro. Yo no estoy para amores de rutina ni para andar jugando a los compromisos; yo nací para lo furtivo, lo escurridizo y lo mudable; elijo mil veces cambiar de lugar a quedarme atestiguando cómo el amor se diluye entre mis dedos. Seré honesto, no he sabido querer y en mi vida pesará la etiqueta de mal novio y pésimo compañero de aventuras.
Pero tampoco voy a caer en el discurso barato de que la suerte en el amor me fue esquiva, más bien podría presumir que fui bienquerido por las mujeres y siempre tuve la posibilidad –aunque sea mínima – de retornar a los brazos que un día me albergaron; que la vida me haya ubicado en la soledad de estos tiempos, es sencillamente una decisión personal. No descreo del amor, no podría; ahora mismo soy un hombre enamorado que evita pisar en falso porque, después de todo, siento que no soy lo suficiente; proteger a las personas de mí mismo, se ha convertido en un deber casi patriótico.
El año pasado decidí cerrar una etapa con una agrupación musical que me acogió por casi ocho años; no extraño ese lugar, porque al final entendí que estaba ahí por dinero y no por el compañerismo que falsamente pregonábamos y menos por el amor al estilo que interpretaba. Salí mal, pero tenía que hacerlo. Me enamoré de la chica del bajista y se armó un triángulo amoroso donde corrieron algunos puñetazos y mentadas de madre; el director, piadoso, intentó juntarnos y amistarnos, pero todo se había quebrado y el ambiente se volvió hostil, más para ella, lo que confirma el terrible espíritu machista de la agrupación y el poco peso que yo tenía en ese lugar. Renuncié paulatinamente, como quien espera algo de la justicia que nunca llega; no me despedí de nadie y hoy considero que fue una de las mejores decisiones que tomé en el ámbito laboral. La chica me acompañó en unos meses maravillosos y hoy andamos por caminos separados, quizá queriéndonos de diferente manera. El tipo se quedó en el único lugar donde su limitada capacidad puede verse reconocida; le comprendo, es una persona mayor y a su edad ya no está para acumular nuevas experiencias ni ambicionar cosas transcendentes.
Podría notar, el lector perspicaz, que tengo una mediana inclinación a fijarme en las personas con pareja, pero eso no es del todo cierto, aunque mis últimas experiencias también me han generado algunas dudas sobre lo que se dice de mí. Resulta que una profesora me contó su historia de amor con el ánimo de hallar en mí algunas palabras de aliento o simplemente porque necesitaba expresar lo que venía callando desde hace tiempo. Su separación era reciente y el ex todavía no asumía el hecho de alejarse de alguien con quien había compartido la cama por más de diez años; aun así, había retirado todas sus pertenencias del departamento que ambos rentaban, para darle a ella el espacio que necesitaba, a ver si el tiempo y la soledad hicieran que ella piense en regresar. Hubo de todo en esa relación: lágrimas, negocio, infidelidad, perdones, familia y al final: la resignación de que todo había culminado. La última vez que me vi con ella, fue en un café, por la noche; coincidentemente el ex había llegado a visitar el departamento casi a la misma hora y al no encontrarla enloqueció y salió en su búsqueda por toda la ciudad; la profesora al enterarse, desesperada también, me pidió que la acompañe hasta el lugar, para demostrarle que nada malo había ocurrido entre nosotros; fuimos y él no estaba, pero al regresar me lo crucé en motocicleta y pude apreciar en sus ojos el odio y el resentimiento de alguien que había perdido el juicio; creí que se detendría para irse a las manos conmigo; en algún momento lo dudó; pero pasó de largo y lo que sucedió con la profesora es algo que también me interesa saber.
Por último, mi historia empieza ponerse romántica. Ayer invité a una persona a ver el atardecer en uno de los lugares más bonitos de La Unión. Fue mágico y yo sentí que estaba con la mujer que me acompañaría el resto de mi vida, sin siquiera conocerla muy bien. Hablamos de todo un poco, pero yo reiteraba en que el corazón nunca se equivoca y por eso es que no hay que pensar demasiado las cosas; agregaba que el amor es una flecha que va en una sola dirección y que yo solamente ofrecía mi cariño, sin esperar nada a cambio. La luna brillaba desde arriba, nos miramos, nos reconocimos y todo se resumió en un tierno beso que le puse en la boca. ¿Nos habremos enamorado? Probablemente sí, pero el asunto no es tan sencillo, ella camina acompañada y yo solo puedo desearle lo mejor en la vida.


Alex León
Profesor de Música y Artes, trompetista profesional, políticamente de Centro Izquierda, seguidor y amante de la literatura borgiana y mediano escribidor.