Mi casa

Mientras estuve lejos, las montañas andinas jamás dejaron de perseguirme, tengo una conexión visceral con ellas, casi ceremonial; quizá el haber nacido en sus entrañas, el haber bebido de sus remansos y el haber caminado sus noches salvajes, sean motivos suficientes para explicar tal atadura. Mi hogar la edificaron en ella mis antepasados y no importa que tan lejos me vaya, siempre habrá tiempo para volver.
Manuel TuctoHace 3 años66 min

Mientras estuve lejos, las montañas andinas jamás dejaron de perseguirme, tengo una conexión visceral con ellas, casi ceremonial; quizá el haber nacido en sus entrañas, el haber bebido de sus remansos y el haber caminado sus noches salvajes, sean motivos suficientes para explicar tal atadura. Mi hogar la edificaron en ella mis antepasados y no importa que tan lejos me vaya, siempre habrá tiempo para volver.

Han pasado poco más de 20 años y me he permitido retornar a casa, su aspecto luce frío y pétreo, el patio inundado de maleza me advierte la soledad y el abandono en la que ha caído, las erosiones en sus cimientos me muestran su decadente estado y su inevitable final. Mi casa, a mi tan entrañable casa también la edad la consumió, el tiempo se ha escurrido por entre sus rendijas y ha penetrado el vacío en lo más profundo de su corazón, su gris adobe aparenta fortaleza, sin embargo, su apariencia fantasmal la consume en medio de la niebla.

En medio de tanta tristeza pienso, “que suerte he tenido” la parte más importante de mi vida la he vivido en estos campos; he sentido el abrigo de un hogar, he sentido con mis pies la tierra, he sentido la lluvia clavarse sobre mi espalda como agujas de cristal, al sol estival derramarse sobre mi cabeza y sus frías mañanas penetrar hasta mis huesos; también he conocido el dolor y he sabido llorar por circunstancias propias de la existencia. He aprendido, que nadie se despide de nada totalmente, sino hasta ser segados por la muerte.

Hoy mientras escribo, el frío se ha instalado en mi habitación, un par de zapatos de niño casi enterrados por el polvo, me han traído a la memoria aquellos gélidos amaneceres serranos, con el sol brillando como agujas de oro y una voz peculiar en la radio citando la hora minuto a minuto. Asomaba la cabeza por la ventana y una columna de humo se extendía desde la cocina de mi madre, ella tan paciente como corajuda supo conducirnos por el buen camino siempre, solo hoy entiendo su mal genio y su entereza. No debió ser fácil criar seis demonios destructores y a la vez atender otros oficios de la casa.

Hoy que he vuelto, soy niño otra vez, estoy andando los mismos caminos de ayer, con los gorriones rodeando mi cabeza y el eterno cielo azul acurrucado en lo más profundo de mis sueños. Ya no tengo quizá la misma edad ni la misma compañía, pero siento la misma felicidad pueril, por volver a buscar entre el légamo, las raíces de mi pasado que me permitan siempre volver.

Manuel Tucto

Escritor y comunicador social. Nacido en el corazón de las montañas, asiduo lector de Saramago, Orwell y Sabato. En ocasiones escribe porque es la única forma que llega a la profundidad de los sueños.