El 17 de agosto del 2019 recibí una llamada del ya fallecido exdirector del Aurelio Cárdenas que decía: profesor, creo que llegó la hora de acordarse de su pueblo; La Unión lo espera y yo encantado de recibirlo en el colegio para evaluar su desempeño en el aula. Semanas atrás yo había aprobado el examen nacional de nombramiento docente, al cual acudí en moderado estado de ebriedad. Hasta ese momento La Unión estaba fuera de mis planes; la historia ya es conocida, un día me fui jurando no regresar: la pobreza, algunas gentes, la ingratitud del amor a los quince y uno que otro familiar en la práctica, me echaron de este lugar. Culminada la llamada, reviví la vieja frase de mi exprofesor de trompeta: «dedíquese a otra cosa, joven, usted carece de habilidades para la música» y ahora, casualidades del destino, el menos talentoso de aquella generación estaba a punto de convertirse en el profesor de música de la institución que lo había rechazado.
Poco después supe que la llamada del exdirector se debía a que no había participantes para ocupar la plaza, pero cuando llegué me encontré con dos profesores de la misma especialidad. Estuve tres días en La Unión con el desánimo a tope y como en múltiples oportunidades, me preguntaba, ¿qué estaba haciendo con la única vida que tenía? Y si lo que hacía en realidad valía la pena; comprendí que ya no pertenecía aquí; mi gente había envejecido y los más jóvenes eran completos desconocidos; mi casa se desmoronaba de vieja y el frío me recordaba los episodios más tristes de mi niñez; fueron días difíciles y estuve a punto de tirar la toalla.
Me encontré con un amigo de antaño que conocía el colegio y me asesoró; dejé de acudirlo cuando me aconsejó que veía muy fuerte la competencia y que, si quería asegurar mi nombramiento, tenía que ofrecer dinero o algún tipo de beneficio al Jurado; felizmente fue el único que me habló del tema en toda la etapa de evaluación. Días después, desde Huánuco recibí la noticia de que había logrado ocupar la plaza a la que había postulado y les mentiría si les digo que aquello me causó algún tipo de alegría; yo sabía lo que me esperaba por aquí y solo me quedó la resignación de asumir la tarea, como quien enfrenta los retos de la vida, con hidalguía y coraje ante la adversidad.
Y ahora estoy por aquí, en el Aurelio Cárdenas, fueron dos años de pandemia y uno de presencialidad; más difícil fue para mí tolerar la autoridad con el que muchos querían hablar sobre mi carrera y sobre cómo debía yo de formar a mis estudiantes en el ámbito musical. Más de una persona intentó manejar los hilos de mi pequeño taller, pero no contaban con que mi respuesta ante sus pretensiones sería denegada en muchas ocasiones, de modo que gané enemigos gratis; entonces creció el rumor de que mi trabajo era malísimo, de que los maestros anteriores lo habían hecho mejor, de que yo, como profesor de música, resultaba siendo una pérdida de tiempo para los estudiantes. Logré identificar quiénes promovieron ese discurso y algunos resultaron cercanos a mí; me dolió la traición, pero aprendí a no confiar. También hubo padres de familia involucrados en ese afán y quizá hasta hoy convivo con algunos de ellos, pero no teme aquel se sabe seguro de sus capacidades.
Pero no todo fue tan malo en mi estadía por aquí; aprendí a amar el frío y a vivir en soledad; he ganado admiradores y distingo las intenciones de la gente; me reconcilié con mi tierra y hoy valoro más que nunca su cultura; reconozco mis errores y trabajo a diario por mejorar como ser humano; pero sobre todo, me alegra haber sembrado una idea musical en este lugar; mi taller se ha convertido en el refugio de los jóvenes que aman la música y mi pequeña banda, ya suena por sí misma. Sé que el camino es largo, pero estamos en el proceso y marchamos bien; dentro de todas las dificultades que pude haber pasado, nunca faltaron las manos que me apoyaron; me quedo con ellas y con la promesa que le hice al exdirector días antes de su muerte; que, mientras yo siga en el Aurelio Cárdenas, los acordes de su banda se escucharán hasta allá, donde quiera que él se encuentre.


Alex León
Profesor de Música y Artes, trompetista profesional, políticamente de Centro Izquierda, seguidor y amante de la literatura borgiana y mediano escribidor.