El peso de un conflicto prolongado. El conflicto armado colombiano, que se ha extendido por más de cinco décadas, ha dejado más de diez millones de víctimas de desplazamiento forzado y cientos de miles de muertes. No se trata solo de estadísticas: es un trauma que afecta la identidad colectiva del país y que plantea la urgencia de reconstruir narrativas capaces de sostener la vida en común. (1)
En esta búsqueda, las comunidades religiosas tienen un papel crucial. No son únicamente espectadoras del dolor: también participan en la elaboración de relatos que pueden alimentar la polarización o abrir caminos hacia la reconciliación. (2)
Trauma colectivo y construcción de sentido. La teoría del trauma colectivo , desarrollada por Kai Erikson y ampliada por Jeffrey Alexander, entiende que ciertos eventos no afectan únicamente a individuos, sino erosionan el tejido social mismo. En sociedades de carácter colectivista como la colombiana, estas rupturas desarraigan no solo a las personas, sino también su sentido de pertenencia y de identidad.
De allí surge una pregunta decisiva: ¿cómo narrar el trauma? ¿como arma que justifica la venganza o como oportunidad de construir comunidad y reconciliación?
Cuando hablamos de trauma, violencia y guerra, el libro de Jueces muestra un panorama bastante interesante. El relato de la concubina y el levita (Jueces 19-21) constituye uno de los pasajes más oscuros de la Escritura. Allí, un trauma personal se transforma en trauma colectivo cuando el levita despedaza el cuerpo de la mujer y convoca a todo Israel a la guerra contra Benjamín (Jueces 19:29-20:7). La narrativa construida por el levita es polarizadora: él y su tribu se presentan como víctimas inocentes frente a victimarios absolutos.
Sin embargo, el mismo libro de Jueces subvierte esa lectura. El levita no es inocente – él mismo entrega a su concubina a la turba (Jueces 19-25-27) –, e Israel responde con una cadena de atrocidades: guerra fratricida, casi exterminio de la tribu de Benjamín y nuevas violaciones en masa (Jueces 20:48; 21:10-23).
El texto muestra cómo un relato de trauma polarizador conduce a la multiplicación de la violencia. Al final, nadie queda libre de culpa y la espiral de venganza deja al pueblo hundido en la autodestrucción: “En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacia lo que bien le parecía” (Jueces 21:25).
En el libro de los Hechos se nos presenta otro horizonte. La muerte de Esteban (Hechos 7:54-60), la ejecución de Santiago (Hechos 12:1-2) y la huida de Pedro (Hechos 12:6-17) plantean preguntas sobre el sinsentido del sufrimiento, la legitimidad de huir y la posibilidad de perdonar.
Lucas muestra que el martirio no es la única opción: también es válido huir, como hizo Pedro, y aun así permanecer fiel al Evangelio. Además, el perdón de Esteban hacia sus verdugos (Hechos 7:60) se convierte en un modelo para narrar el trauma desde una perspectiva reconciliadora.
Este testimonio resulta profundamente pertinente para Colombia. Perdonar no significa negar ni renunciar a la verdad, sino evitar que el deseo de venganza perpetúe la violencia. (4)
Sin embargo, cuáles serían las implicaciones que esto tendría para el “posconflicto” Colombia. Se podría decir que, las comunidades de fe en Colombia se encuentran en una posición única para elaborar relatos de trauma que fortalezcan la reconciliación. Su presencia en zonas rurales, su cercanía con los desplazados y su papel como espacios de cohesión social les permite ser agentes culturales decisivos.
Es importante tener en cuenta que un relato de trauma reconciliador debe: 1. Nombrar el mal sin encubrirlo, 2. Rechazar los binomios simplistas de inocentes y culpables absolutos, 3. Ofrecer horizontes de esperanza basados en la justicia restaurativa y, 4. Reforzar la comunidad como espacio de identidad y resiliencia.
Para concluir, es importante resaltar que, el caso colombiano demuestra que la paz no depende únicamente de acuerdos políticos, sino de la forma en que una sociedad narra su sufrimiento. Los relatos bíblicos, releídos a la luz de la teoría del trauma colectivo, invitan a resistir las narrativas polarizadoras y a construir relatos reconciliadores que hagan posible la restauración del tejido social.
Así, el desafío no es olvidar, sino recordar de un modo que humanice, que honre a las víctimas y que evite perpetuar la violencia. El reto que enfrenta la nación es enorme, pero no imposible. Cada madre que busca a sus hijos desaparecidos, cada líder social que defiende la vida, cada persona desmovilizada que apuesta por un camino distinto, se convierte en un signo de esperanza. Son destellos de luz en medio de la oscuridad que recuerda que la reconciliación no es una utopía lejana, sino una posibilidad real. Allí, en la memoria que dignifica y en la valentía de quienes resisten, palpita la promesa de un futuro distinto para Colombia.

Yesenia Sampayo
Abogada penalista y especialista en Derecho Penal Humanitario. Teóloga de vocación, docente de Ética y Derechos Humanos en Medellín, Colombia. Justicia, humanidad y reflexión en cada palabra.