No se cansa de perder: el eterno retorno de Keiko Fujimori

Heraldo 21Hace 1 mes73511 min

La imagen de Keiko Fujimori con los brazos en alto, sonriendo entre la multitud que la aclama, es la estampa ineludible de la política peruana reciente. Pero esta vez, la foto viene con un subtexto cargado de dramatismo: es la foto del cuarto intento por llegar a la Presidencia, una meta que se ha convertido en una obsesión, o, para sus seguidores, en una inquebrantable misión.

El anuncio de su nueva candidatura no es solo una noticia política; es la reapertura de una herida histórica y el disparador de un profundo déjà vu colectivo. En el Perú, su nombre no se pronuncia: se debate.

Tres gritos en la meta, tres derrotas

Keiko Fujimori ya tiene una marca electoral que pocos líderes en el mundo pueden igualar: tres veces ha llegado a la segunda vuelta (2011, 2016 y 2021), y tres veces ha sido derrotada por un margen ajustadísimo. En 2016 y 2021, la diferencia fue de apenas unas décimas, un golpe psicológico que en lugar de tumbarla, parece haberla blindado.

El dilema del antivoto

La clave de su fracaso recurrente tiene nombre y apellido: Antifujimorismo. Esta fuerza, más que una simple oposición ideológica, es una identidad forjada en los años noventa y alimentada por los procesos judiciales que, aún hoy, la persiguen. «Ella no solo compite contra un candidato, compite contra una memoria histórica», señalan muchos analistas políticos.

¿Qué mueve a Keiko a seguir en política?

La pregunta que resuena en las calles y los cafés políticos es simple: ¿Por qué insiste?

Para sus críticos, es la ambición de poder o la necesidad de alcanzar una inmunidad que le brinde protección legal. Para sus leales, es la tenacidad de una líder que cree que solo el fujimorismo puede salvar al país del caos, el terror urbano y la inestabilidad económico político.

Su discurso ahora se centra en temas de orden y seguridad, buscando capitalizar el hartazgo ciudadano ante la crisis institucional. Al oficializar su cuarta postulación, Keiko Fujimori no solo lanza una candidatura, lanza un desafío: desafía el peso de su pasado, la fatiga de sus electores y el eterno voto de castigo que se ha activado en la segunda vuelta.

El muro del sur: donde el antivoto es ley

El gran talón de Aquiles de Keiko Fujimori en sus tres intentos ha sido, consistentemente, el sur del Perú. En regiones como Puno, Cusco, Ayacucho o Tacna, el llamado antifujimorismo no es solo una postura política, es una identidad cultural.

Mientras en el norte la candidata consigue construir bolsones de apoyo apelando a la memoria de orden y lucha contra el terrorismo del fujimorismo original, el sur profundo recuerda, más crudamente, el autoritarismo y los abusos a los derechos humanos de la década de 1990. Las cifras de sus últimas derrotas lo evidencian: las diferencias de votos en ciudades del sur han sido abrumadoras, actuando como un muro infranqueable que termina por inclinar la balanza en la segunda vuelta. Es en el sur donde Keiko se juega el 50% más uno, y es allí donde el rechazo se siente con mayor intensidad.

La derecha atomizada: ¿una vía libre a la segunda vuelta?

Si hay un cambio significativo en este cuarto intento, es el estado de la cancha electoral. Históricamente, Keiko tuvo que competir contra un candidato de derecha, centro-derecha o izquierda que le han arrebatado el primer lugar. Hoy, la izquierda está rezagada y sin posibilidades, mientras la derecha peruana está más fragmentada que nunca.

Líderes conservadores y liberales han anunciado sus propias postulaciones, atomizando el voto del sector. Esta división puede ser una bendición inesperada para la candidata fujimorista. Con el voto de derecha disperso, y contando con su sólido voto duro (fujimorista) que se estima entre el 10% y 15%, Keiko Fujimori tiene una vía más despejada para asegurar su pase a la segunda vuelta, incluso si lo hace con un bajo porcentaje inicial. El desafío de los otros candidatos de derecha ya no es superarla, sino evitar la canibalización mutua que la beneficie.

Keiko no gana, pero el fujimorismo gobierna en las sombras

Paradójicamente, aunque Keiko Fujimori nunca ha llegado al sillón presidencial, su fuerza política ha mantenido una presencia ineludible y dominante en el centro de poder del Estado, sobre todo en el Congreso.

Esta hegemonía congresal ha permitido al fujimorismo ejercer un «gobierno en las sombras». El ejemplo más reciente y palpable es su rol en la estabilidad—o inestabilidad—del defenestrado gobierno de Dina Boluarte.

Tras la caída de Pedro Castillo, la bancada fujimorista, junto a sus aliados de derecha-izquierda, formaron un bloque de contención garantizando por mucho tiempo la permanencia de Boluarte y frenaron cualquier intento de adelanto de elecciones. Luego de la caída necesaria de Boluarte, se encargaron de poner a José Jerí en la Presidencia. En la práctica, el fujimorismo ha logrado influir en decisiones clave, controlar comisiones estratégicas y dictar la agenda legislativa del país. El mensaje es claro: «No necesitamos ganar para controlar». Un triunfo de Keiko significaría la fusión total de este poder en las sombras con el poder formal del Ejecutivo.

La apuesta personal

Tras tres dolorosas derrotas en segunda vuelta, Keiko Fujimori ha decidido que es momento de intentarlo por cuarta vez. Este nuevo capítulo plantea preguntas profundas: ¿Puede el fujimorismo renovarse realmente?

A diferencia de sus tres campañas anteriores, este cuarto intento la encuentra sin la sombra de su padre. Este factor, junto a la atomización de sus rivales, le da un aire de última oportunidad. Sin embargo, en el juego político peruano, la resiliencia de un líder puede ser leída como obsesión por el ciudadano. Keiko está segura que puede vencer a los demás partidos políticos, pero se olvida de su mayor rival: «el antifujimorismo» que se mantiene intacto e incólume y siempre la ha derrotado —al menos en las urnas—.

La campaña electoral ha comenzado y con ella, el eterno retorno de Keiko Fujimori y el drama electoral que define la polarizada alma del Perú.

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